A
Vida de campo.
Me fuí al campo, con tres jamones y cuatro
cajas repletas de libros.
Cuando se me acabaron los jamones pedí
otros. Cuando leí todos los libros me dediqué a
la caza. e
No quería leer más. ¿Para qué? Los príncipes
de nuestras letras, allí estaban. ¿Y quién, des-
pués de codearse con príncipes, goza tratando a
malandrines?
Hice vida primitiva. Al clarear el día, sin más
compañía que el perro y la escopeta, salía al
monte, cazaba durante todo el día, y a la noche,
rendido, con un hambre feroz, llegaba a casa,
donde me tenían preparada una pava guisada
con arroz, que íntegramente caía en mi estóma-
go. Una gran fuente de ensalada me servía de
refresco.
El perro se comía los huesos. ¡Qué injusti-
cia!... Y con un puro enorme en la boca, me
retiraba a descansar, donde roncando hasta el
ansanecer pasaba la noche de turbio en turbio,