¡Fuego!
¡Imposible dormir! ¿Cómo dominar los ner-
vios? ¿Cómo acallar la imaginación? El había
oído que ciertos hombres dormían cuando que-
rían o necesitaban dormir. Rafael nunca lo ha-
bía creído. Además, el hombre-máquina podía
ser el ideal para un Estado socialista, en el que
la libertad individual y sus anejos—placeres, pa-
siones—wveríanse reducidos a la expresión míni-
ma; pero el hombre-resorte no dejaría de ser
nunca una caricatura de.una de las manifesta-
ciones de la mecánica.
lara, la bellísima Clara, la que venía robán-
dole el sueño desde hacía mucho tiempo, la mu-
jer perfecta que constituía para Rafael —aboga-
do pobre, poeta cursi y periodista ramplón—el
supremo ideal de belleza, de bienestar... y de
lujo; había aceptado una carta al pasar, uno de
esos billetes que siempre llevaba escritos, uno
de esos papelitos que tantas veces habían sido
devueltos por la ingrata sin abrirlos siquiera...
El joven daba vueltas y más vueltas en el le-
cho sin lograr serenarse.
¿Quedaría resuelto, de golpe y porrazo, su