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50 ARTEMIO PRECIOSO
Don Jacob acabó por estaf completamente sa-
tisfecho de su futuro yerno. ¡Es que ganaba
mucho dinero, vaya! ¡Una cosa fantástica! Ha-
cía al día más de cincuenta visitas... Y allí no
había igualas, sino pesetones. Y sin contar la
consulta en casa, que cada día estaba más con-
currida. ¡Y sin contar las operaciones, asislen-
cias a partos, avisos de las aldeas y cortijos!
¡Un dineral, Señor! ¡Si, según confesión del in-
teresado, en un año que estaba allí había gana-
do más de ocho mil duros!
Y era verdad. Parecía mentira, pero era ver-
dad. No se sabía cómo se había dado en el rico
filón, mas era lo cierto que el dinero entraba en
los bolsillos de Liberato sin medida ni tasa. Una
tercera parte de lo ganado habíalo enviado a su
madre.
Y la boda de la hermosa hija del ex sirviente
con el médico se llevó a efecto, en una esplen-
dorosa y tibia mañana de mayo. Hacía más bien
calor, y, a pesar de la hora las siete—, todo el
pueblo presenció el desfile del cortejo... Ya se
sabe que las bodas y los entierros de gente gorda
son los acontecimientos que más despiertan la
atención y la curiosidad en los pueblos.
Sentía Liberato la inmensa satisfacción de ver
realizados en gran parte sus sueños. ¡Era rico,
y lo sería más, mucho más!
Quería a su mujer con la solicitud que pone
el cazador al cuidar su escopeta. Porque su mu-
jer no era para él sino el arma, el instrumento
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