ARTEMIO PRECIOSO
Y a los ocho días de recibir la carta, don Juan
y Teresa salían para Algezares, pueblo cercano
a Murcia, célebre porque está próxima la ermi-
ta de la Virgen de la Fuensanta..., y porque sus
habitantes, en su mayoría, son tartaneros o con-
trabandistas.
Cuando Teresa vió ahora el pueblo, no lo re-
conoció. Había salido de él cuando tenía ocho
años, y entre las brumas del recuerdo y los nue-
vos edificios que a la entrada se erguían, no lo
recordaba. De ella sí se acordaban sus paisanas,
aunque la vieran partir de niña y se encontra-
ran ahora con una mujer encantadora...
Matilde no se cansaba de mirar y admirar a
su sobrina. Primero, al verla elegantemente ves-
tida y oírla hablar mejor que hablaban los se-
ñores del pueblo, sintió haberla llamado, pen-
sando que sólo podía ser una señoritinga inútil
para los cuidados y quehaceres domésticos, Pero
cuando vió que Teresa, sin indicaciones, $e po-
sesionó de scargo de ama activa, y preparó la
comida, y barrió, y fregó, tía Matilde estaba loca
de contento. ¡Admirable adquisición la suya!
¿Cómo no lo pensó antes? Iba a tener compañía
grata, criada gratis, se iba a ver mimada, queri-
da... Y todo ¿a cambio de qué? A cambio de;
nada... Porque, ¿qué tenía ella? Unas tahullas
en la huerta, un olivar pequeño y viejo, la casa...
Poca cosa en total; con sus ahorros y todo, unas