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LA VIDA ESTÉRIL
éxtasis, eran atontamientos, puesto que en el
espíritu de la viuda no había sedimentos de san-
tidad. La idea, pues, de que su hijo llegara a can-
tar misa, la terminaba de entontecer.
Y al Seminario fué Toribio. Mas antes del año
desengañaron a la pobre madre. Por cierto que
el sacerdole encargado de acompañar y dejar al
estudiante en su casa fué tan metafísico en la
explicación, que María tardó en comprender, lo
cual, por lo menos, sirvió al fracasado padre de
almas para explicar la cosa a su gusto.
—Mire usted, señora—dijo a María el repre-
sentante de Gristo—, Toribio es un buen chico,
le queremos mucho, pero... que se quede aquí.
Y como la viuda se quedara con la boca abier-
ta, el profesor del Seminario continuó:
—S$Si usted, por ejemplo, me trae un tronco de
higuera, siendo yo carpintero, y me dice que le
haga una mesa de despacho, no podré compla-
cerla. Usted alegará que el tronco perteneció a
una higuera cuyos frutos fueron célebres en la
comarca. Pero por mucho que usted me elogie
la excelencia de los higos que fueron, no podré
construír la mesa, porque la madera de higuera
no sirve en el ramo de ebanistería, como tampo-
co sirve para quemar, porque da dolor de ca-
beza...
—Pero...
—No siga usted, señora. Sé lo que va usted a
decirme. Sí, es cierto que labor omnia vincil;
pero no es menos cierto...