LA VIDA ESTÉRIL 79
La timidez de Toribio gustaba a Teresa. Acos-
tumbrada a los desenvueltos y, a veces, cínicos
chicoleos de la corte, sentía una refinada volup-
tuosidad al ver a un mocetón guapo—magnífico
ejemplar de una raza—turbado como una noOvi-
cia ante las miradas y las frases de la preten-
dida.
Pero es que, en esta ocasión, Toribio era aún
más tímido que de ordinario, porque aquel ga-
lanteo no había nacido por su iniciativa, sino
que había obedecido a indicaciones de su ma-
dre. Cierto que a él le gustaba Teresa. ¡iómo no!
Pero nunca se hubiese atrevido a requerir de
amores a aquella señorita educada, hermosa, lis-
ta, desenvuelta, tan capacitada para hablar de
Bécquer como para fregar el suelo de la cocina.
El veia la superioridad de Teresa. ¿Qué conver-
sación podía ól sostener? ¿Qué entendía él de
literatura, ni de mundo, ni de viajes, ni de nada ?
'Tan sólo cuando hablaban del cultivo del toma-
te o de la patata podía, no ya meter baza, sino
sentar cátedra. Y hablando un día de la cría del
gusano de seda, tan original, tan maravillosa,
tan merecedora de divulgación, pudo él sentirse
superior—;¡ pero sólo esta vez! —y provocar el di-
vino entusiasmo de la bella. ¡Qué interés puso
Teresa en conocer los menores detalles de este
hermoso proceso, capaz de llenar por sí solo
muchas páginas de una Técnica agrícola e in-
dustrial! Había oído de pequeña, en aquel mis-