He aquí un escritor que ofrece al público un
libro de novelas cortas.
Cuando yo publiqué “Silencio” advertí en la
“Disquisición preliminar” el desvío que los lec-
tores españoles manifiestan hacia los volúmenes
donde han sido recopiladas producciones de esta
naturaleza. Lo que aun no tuve ocasión de con”
signar es que, en efecto, “Silencio” ha sido, en-
tre lodos mis libros, el que menor venta ha al-
canzado, pese a que una gran parte de la crítica
lo considera superior a alguna de mis novelas
de trescientas páginas.
La extraña conducta de la masa general de
lectores autoriza a pensar que otorgan su consi-
deración con arreglo a la cantidad de cuartillas
que componen la integridad de un trabajo lite-
rario, y de la misma manera clasifican la valía
de los diversos géneros. Así, la novela de veinte
pliegos merece su reverencia; tan sólo alguna
vez se decide a adquirir un tomo de novelas cor”
tas; tuerce el gesto ante las colecciones de cuen-
tos y rechaza desde luego las de ensayos. Aplica
a la literatura un criterio relacionado estrecha-