Full text: El hijo legal

LA VIDA ESTÉRIL 89 
En vista de las rocas—que debieron ver antes—, 
el malogrado balneario recibió el nombre de 
Club, y mediante ¡el pago de cinco duros por 
temporada, se tenía derecho a entrar, bailar, oír 
un sexteto y tomar el fresco..., ¡si lo hubiese 
hecho! También se podía dormir y jugar al tre- 
sillo. 
Las señoritas iban allí porque no había otro si- 
tio, y sudaban el quilo bailando y bailando, a la 
caza infructuosa del novio que nunca llega, y que 
si llega, se larga en seguida. 
¡Ah, pero no se podía hablar mal de Los Al- 
cázares! Aquello era muy divertido. Allí se esta- 
ba muy bien. Hacía mucho fresco. ¡Más que en 
San Sebastián ! 
Las olas no podían gozar de la natural y legí- 
tima expansión de la orilla, y se estrellaban con- 
tra un muro de mampostería, con lo cual las in- 
mundicias no eran expolidas, y se cocían y re- 
cocían de un año para otro. Así se disfrutaba 
allí de aquel aire, exquisito y refinado, de panta- 
no infecto. Un encanto y una delicia. 
En realidad, el pueblo se reducía, en cuanto 
a edificios, a la fonda, una enorme casa, donde 
el fondista daba bien de comer. Lo demás, salvo 
alguna excepción, era una serie de casitas mi- 
núsculas, de tan bajo techo, que se tocaba con 
la. mano. 
Teresa pasó en Los Alcázares una temporadi- 
ta agradabilísima. ¡La pobre! ¡Con la ilusión 
que tenía, cuando vivía en Madrid, por estar
	        
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