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90 ARTEMIO PRECIOSO
junto al mar! ¡Cómo había ella de figurarse quo
la estultez de los hombres convertiría en una
balsa pútrida y malsana, un trozo de mar!
Mientras viviera, no olvidaría ella nunca Los
Alcázares.
¿Y las moscas? No se sabía en qué podía con-
sistir. Los asiduos al veraneo—¡qué héroes, san-
to Dios!l—, y los naturales del pueblo no se lo
explicaban bien. Sólo sabían que allí había más
moscas, y eran más agresivas, que en otro sitio
de la tierra. Era un noblé orgullo que no se re-
cataban de pregonar. Y lo habían comprobado
extranjeros que habían recorrid8 las cinco ¿par-
tes del planeta. Sí, efectivamente, aquellas mos-
cas, aquellas inmensas legiones de dipteros, ata-
caban con una furia y con un empuje capaces
de hacer brincar a un muerto.
—¡Qué setazos!—decían los huertanos, ras-
cándose furiosamente, mientras la mosca agre-
siva se posaba con la mayor tranquilidad en el
otro pie.
Toribio estaba encantado del veraneo y de la
fiesta de la mar. Teresa, por las noches, cuan-
do todos dormían..., se rascaba... y lloraba
amargamente...
«.. Y ahora el lector nos permitirá unas bre-
vísimas observaciones y un consejo, que repu-
tamos innecesario, pero que a todo trance que-M
remos dar, En las provincias de Alicante y Mur-
cia hay playas deliciosas, tranquilas..., ¡hasta
frescas! Podéis ir a Alicante, podéis ir a Santa