12 COLECCION DE NOVELAS SENTIMENTALES
¡estoy con vosotras! os amo yo con todo
mi corazón compasivo del mal mayor.
¡El amor mal pagado! Pero, no impor-
ta: ¡amad! ¡amad! ¡amad!
¡Y amad a los humildes sobre todo!
Ellos no tienen otra gloria que vuestro
amor, y en el engranaje de la gran rueda
que hace girar el mundo son ellos la fuer-
za, el calor.
Que su sudor sea secado con vuestros
labios, porque es honra.
Sed compasivas con su ignorancia de
las cortesías que hacen amable la vida,
y con su vestir.
Ellos son dóciles, Se dejan poner la
corbata de moda los domingos por vues-
tras manos adoradas, cuando se afeitan
y se bañan y se ven tan guapos. Pobre-
citos hombres mediocres ¡qué nobles y
qué buenos son!
He visto yo ejemplos de algunos de
ellos verdaderamente grandes en su sen-
cilla poesía, de esos que se avergienzan
de llevar flores y las esconden en su
pecho o en el bolsillo, y las dan a la no-
via o la esposa con tan desairada ma-
nera como da la pata un perro; pero
¡cuánto corazón hay dentro de esas flo-
res, cuyo polen debería ser oro molido!
Ellos se privan de muchos pequeños
placeres para que la adorada tenga más
dinero para los suyos; y si tienen hijos,
son héroes verdaderamente comprando ju-
guetes cuando pasaron sed de un vaso de
cerveza muchas horas.
¡Oh, misterios del corazón humano!
Ilimitado abismo de grandeza y de peque-
fieces.
El hombre del campo es rudo. Tened
paciencia con él, porque si le observáis
veréis que su recóndita ternura es inmen-
sa. Vedlo hacer injertos, por ejemplo.
Trata la herida del árbol y empapa su
savia con manos temblorosas y dulces
como las de un enamorado.
Y para el hombre mártir, el de ofici-
nas, que deja en ellas toda su juventud
en la monotonía de las horas que no le
traerán ni un cambio ni un aumento para
el siempre insoluble problema de su Ha-
ber, menor, mucho menor que su Debe
casi siempre, sed, mujercitas anónimas,
su diosa ciega, es decir, la diosa que no
ve con los ojos de la materia sino son
los ojos del alma, que agranda y magni-
fica todas las cosas. Haced palacete de
verano de los rincones de galería que
haya en vuestra vivienda. Con unas va-
ras de cretona y un poco de pelote o
lana armáis cojines, cortinajes, decora-
ción en sillas de junco, y el infeliz can-
sado del pupitre hallará las hábiles blan-
duras del amor providente de la espo-
sita.
Esos chicos de la clase media son los
que más necesitan la mujer abnegada,
porque ellos suelen tener ambiciones de
refinadas alturas y padecen la neuraste-
nía sin fin del querer y no poder cuan-
do el espíritu es apto para apreciar la
carencia y la posesión.
Los del pueblo son más felices en es-
to porque el gran problema de la olla
— pot - está
resuelto sin mayor esfuerzo, pero cuan-
que - hierve qui bout
do hierve en la cabeza la ambición y el
descontento, la vida es insoportable.
Se ven jóvenes guapos, hábiles, con
suficiente ilustración para escalar otros
poderes y elevarse a otro ambiente, le-
jos de la oficina antipática, con un jefe,
más antipático aún, que no se harta de
amontonar dinero sobre los sesos ajenos
y sobre los pálidos corazones que a su