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PLACER, DOLOR Y FELICIDAD 35
resco de la aldea, el ya famoso, que
haga sus piruetas sensuales que enlo-
quecen a las niñeras y a los campesi-
NOS...»
¡No, no! El Delfín cierra los ojos con
austero disgusto; no quiere eso...
Y pasan ante él todas las rosas de
carne del Ballet-Imperial, y quebrán-
dose delante del trono en posturas
inverosímiles le ofrecen toda su her-
Mosura, desnudas, sin apenas el cen-
dal del pudor aristocrático.
Y el niño las mira como quien nada
Sabe de aquella ofrenda, digna de re-
yes sin embargo; de aquel homenaje
que haría temblar de deseos al Olim-
Po mismo, y entonces los médicos y
los preceptores y las viejas tías de la
regia familia que
había que despertar la naturaleza
dormida del joven príncipe...
Y es claro, todo se discutió en el
Secreto más hondo y se nombraron
altisonantes damiselas y se creyó que
alguna estrella de las revistas en boga
Sabría descorrer el velo de la sombra
A la luz en la vida del príncipe, con
toda la gracia y la nobleza del caso...
Y los estuches de coral de las bocas
AS bonitas que divinizan el cuplé
€ Insinúan lo prohibido, dijeron al pá-
lido niño que moría de amor la vida
entera de amor sin fin... y le llamaron
MON betit trésor, mon prince blond,
charmant et ador¿... y tanto más que
BO nos es posible estampar aquí...
Pero que Leslie, el mago de la pluma,
escribió para enloquecer el alma y
Enardecer la sangre.
convinieron en
Ba -4 sangre del Delfín no tenía
Por “des había disuelto en lágrimas...
col 0 que quedó casi azul, del
sus venas reales.
El Delfín moría de amor por una
niña que vió desde pequeñito en la
Embajada inglesa, hija del emba-
jador y que había muerto.
La amó, como dice Shakespeare,
who did ever love that was not at first
sight: «a primera vista, y ya nunca
la pudo olvidar.»
Y en su saloncito escondido tenía
una estatua de ella de tamaño na-
tural, toda de porcelana.
Y el niño melancólico,
presa de incurable neurosis, con el
amor hecho hiel en su sangre, enfermó
de eso, de amar, de besar, de darse
en perpetuo espasmo delirante a la
histérico,
imagen de la Bienamada.
Una noche... los jardines de Versa-
lles exhalaban lujuriosamente eflu-
vios intoxicantes.
Los juegos de aguas maravillosos
cantaban la misma melodía que agitó
a la Lavalliére y puso el corazón de
sus abuelos, los Luises, a los pies de
las cortesanas...
El Delfín salió a respirar.
Se ahogaba, algo espantoso en el
pecho; quería gritar, amar, fundirse
en besos, en abrazos, prender sus
inocentes labios en la garganta de
terciopelo de la niña soñada...
¡Sentía delirante anhelo de amor!
¡No podía más!
Los azahares caían sobre él, em-
briagándolo con su perfume de pletó-
rica exquisitez, y por las obscuras fron-
das la blanca silueta de sus damas
cruzaba agitando todo su ser en ner-
viosa tensión insostenible.
En el cielo las estrellas parecían reir
de su inútil padecer, cuando la vida
rica, en su potencial exuberancia, se
ofrecía para él con delicias que a
eds
A Mas