Full text: Placer, dolor y felicidad

PLACER, DOLOR Y FELICIDAD 51 
luta libertad para poder ambos cono- 
cerse a sí mismos, estudiarse y me- 
jorar cada vez más en beneficio el 
uno del otro y huir del hastío, ya que 
todo cansa, hasta la miel, con ser tan 
dulce... precisamente por eso... por 
serlo en demasía. 
Como eran ricos, temieron caer en 
el peligro de la ociosidad, el peor de 
todos para el alma, y ocuparon su 
vida en hacer el bien, sirviendo a sus 
semejantes, alternando los sports, la 
lectura, la música y la poesía en las 
horas íntimas del hogar sin monotonía 
ni intolerancia, solos frecuentemente 
y en compañía de los buenos amigos 
bastantes veces. 
A Leslie le interesaba además la 
jardinería y el estudio de todos los 
problemas palpitantes de la ciencia 
y del arte. 
A, Wanda, los del arte y en especial 
la aristocracia de la cinematografía, 
No perdía una película de las no- 
tables, porque tenía bastante conoci- 
miento de esta materia, por haber 
sido su padre amigo de productores 
millonarios, y sabía el enorme valor 
y trascendencia que tiene el arte 
Mudo, acaparador de múltiples be- 
llezas de todo orden, en la civilización 
y en la elevación de los gustos y de 
las costumbres. Así es que cuando 
Leslie, por sus trabajos o por sus rela- 
ciones, no podía acompañarla, iba con 
Una dama amiga. 
No habían querido exponer a la 
Curiosidad banal y envidiosa de la 
sente sus amores, y en el castillo de 
los jazmines escondieron su idilio. 
Los viajes estaban proyectados pa- 
Ya después de cierto tiempo. Pasada 
la luna de miel 
El gran día, Leslie había ofrecido el 
acto al terminar, suplicado por la 
concurrencia, que lo conocía como 
orador incomparable, y en aquella 
dijo cosas sublimes, 
santas y grandes, frases de humana 
compasión, de piedad y de ternura. 
Su acento cálido, convincente; su 
figura bella, elegante, airosa; su cabeza 
erguida en posturas de perfecto cono- 
cedor de la estética, amador hasta 
lo más de la belleza del ademán, de 
cuanto fuese decorativo, estilista, ama- 
ble; cultivador apasionado de toda 
ocasión cosas 
forma de belleza, dió un espectáculo 
admirable y exaltó los corazones. 
Aquello pudo satisfacer el orgullo 
de Wanda, pero ella era demasiado 
sencilla y hubo más bien de escuchar 
su corazón que repetía: «Es tuyo, sí, 
pero es de todos... ¿Tú no ves cómo 
lloran las mujeres al oirlo?... ¿Tú no 
ves cómo lo miran?... Cada una de 
esas miradas te lo roba un poco... 
¡Wanda, Wanda! no exijas un im- 
posible...» 
Cuando la salva atronadora de 
aplausos le indicó que Leslie había 
terminado, absorta en su ensimisma- 
miento abrió los ojos y vió al glorioso, 
que iba hacia ella, impregnado del 
incienso de la ovación, a saturarla a 
ella, a amarla, a besarla y a decla- 
rarle que era desde aquel momento 
y para siempre su prometido esposo. 
¡Oh! ¡Cuánta ventura! Afirma, co- 
razón, tu resistencia, que el exceso 
de amor mata, que la mucha felicidad 
da la pavorosa sensación de rodar 
sin fin sobre el abismo... 
Los pobres humanos corazones tie- 
nen su límite de vida, y el amor, que 
es inmortal, sin piedad los ve morir
	        
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