Full text: Placer, dolor y felicidad

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Aquel número se titulaba «La Rosa 
de Carne» y aquella figurita, en su 
nacarado desnudo, sólo mostraba dos 
sombras grandes y negras... los ojos 
que brillaban como carbunclos. 
A tiempo de hacerse la obscuridad, 
los violoncelos y violines, que pulsa- 
ban músicos húngaros, interpretaban 
quedamente alguna obra maestra de 
armonía, y la niña aquella iba a colo- 
carse entre los brazos del agraciado, 
con facultad de besar la linda figu- 
rita de tibio raso. 
Cada noche era distinto el poseedor, 
Quiso la suerte loca que aquella 
noche correspondiera a Leslie la pe- 
queña maravilla humana. 
Ella se ofreció sonriente, con acti- 
tudes picarescas y guiños muy signi- 
ficativos... 
La Zanelli reía gozosa de ver al 
amado en tal aprieto, pero él supo 
desobligarse gentilmente; tomó un 
haz de flores de las que por allí había 
y cogiendo a la niña por la cintura la 
sentó sobre el florido montón, y al 
tiempo de darle un beso le colocó, 
con fino disimulo, un billete en el cin- 
turón de pétalos de rosa y volvió al 
lado de Pía, que simulando llorar 
haciendo pucheritos como los niños, le 
dijo: 
¿Y a mi? 
¡Tú eres mi vida y mi reina!... 
Si yo no hubiese estado aquí con- 
tigo, ¿qué habrías hecho con ella? 
¡Hija mía!... Ponte en mi caso. 
-Es muy guapa, pero estas mu- 
jeres no aman. 
--Si aman es peor... Mira qué bello 
es este salón—dijo Leslie para desviar 
la atención de la dama, que empezaba 
a acosarle a preguntas. 
COLECCION DE NOVELAS SENTIMENTALES 
Y ambos comenzaron a pasar re” 
vista a los palcos y después a todo el 
recinto, en donde el arte exquisito, 
hermanado con la abundante riqueza, 
parecía redimir los pecados de la 
carne con el óleo de las purificaciones. 
En los muros velanse pinturas muy 
recientes de sabor indiano novísimo, 
pintadas, por la inspiradísima Anita 
Alhberg, porque América con su gusto 
refinado sabe apropiarse, a fuerza de 
dinero, las obras de cuantos empiezan 
a sobresalir en el mundo: así es que 
el Sur compró las pinturas de la jo- 
vencita del Norte en sumas fabu- 
losas. 
Pía, haciéndose la distraída, daba 
vueltas en su cabeza a las proposi- 
ciones amorosas de Leslie y se ocu- 
paba al parecer en sacar una tarjeta 
de visita que parecía sujeta a la pared 
con una horquilla, 
Leslie la miraba, conteniendo la risa 
a duras penas... Era un rasgo genial 
de un bohemio que había dejado allí 
aquel recuerdo de su talento. 
Aquella horquilla, que parecía tan 
real, estaba pintada y la tarjeta igual- 
mente, y en ésta aparecía el nombre 
de su autor, un alemán, famoso maes- 
tro de las siluetas. 
¡Ya ves qué talento! 
lie—. El autor ha conseguido enga- 
ñarte a ti, que vas debajo del agua y 
dijo Les- 
sabes dónde ponen los peces los 
huevos... 
Me engañé porque tenía el pen- 
samiento en otra parte-—dijo la dama 
un tanto picada. 
Escucha ahora: el que va a can- 
tar es tenido hoy por el as de la 
canción. 
—V alse du serment—anunció un lin-
	        
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