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de su vibrante corazoncito, porque le
daba un espantoso miedo el que la
vida, con sus zarpazos imprevistos,
le rasgase la epidermis finísima, y el
doler fuese demasiado agudo.
Pero Leslie no atendía a estas ob-
servaciones de la reflexiva Wanda, y
parecía complacerse en la hiperesté-
sica naturaleza de la niña, y con el
vuelo
jestuoso y el hablar de cien mil liras
tema de la luna cogía el ma-
de su verbo como el firmamento azul,
y lo hacía sentir en el alma blanca de
la niñita, hasta que ella rompía a
llorar
Es porcelana de Sevres, es cristal
de Bohemia, es radio, es acero, es
metal templado a fuego, es vibrante,
es estupenda mi hija-—decía con ra-
dicalismo descortés el marido extraño,
singularizando.
Y Wanda iba curando de su
esas asperezas para que la noble tierra
alma
no diera sino lozanías, a pesar de que
tan ella
el rastrillo las elucubraciones descom-
duramente pasaban sobre
puestas, a veces, de l.eslie.
¡Pero lo amaba! Y
Nadie
comprendido.
Yue
Olvido, porque su padre era para ella
eso hace santa
y sabia. sino ella lo habría
necesario también labrar a
un caos, la desconcertaba. Y entonces,
después de una de esas sesiones pa-
ternales en quiproquos,
Wanda tenía que suavizar el semienojo
de la nena, porque su padre habia
abundantes
acabado por llamarla fea. Y era un
querubín.
-¿Verdad, mamá, que soy un que-
rubín?
—Sí, mi tesoro, un serafín y el
cielo de tu madre.
COLECCION DE NOVELAS SENTIMENTALES
Y pasaba el tiempo entre Wanda
y Olvido, dos cuerpos y una sola alma.
Y así transcurrieron algunos años,
durante los cuales vino a verlos una
vez mister Clary, y
dos viajes a Buenos Aires, para de-
ellos hicieron
volver la visita al padre y visitar
el Asilo.
Un día Wanda recibió una carta de
Irene, la gentil bordadora, en la que
hablaba de mister Clary, a quien
amaba y de quien era amada.
Antes de casarse, Wanda pudo dar-
se cuenta de las preferencias de su pa-
dre para Irene, pero teniendo en cuenta
los pocos años de ésta y los muchos de
ello y
creyó que era una florescencia en el
aquél no dió importancia a
espléndido otoño del hermosísimo ca-
ballero rojo y blanco, alto, fuerte, de
principesco aspecto, con ojos negros,
profundos y risueños, y repleto de
vida, con emociones tiernas como a
los veinte años, con salud a prueba y
gallardo vencedor de deportes, de-
jando atrás a muchos muchachos.
Varias viudas ricas y solteras hechi-
ceras habían intentado llevar al pa-
lacio del Himeneo al arrogante caba-
llero, pero él, la verdad, prefería la
vida deportiva, las ternuras de Wanda
y hasta caballos,
porque cultivaba en el fondo de su
sus perros y sus
alma aristocrática la flor del recuerdo,
el amor de la linda esposa que llenó
del todo su vida matrimonial, y cor-
tésmente huía del rumor de faldas y
se iba a oir los susurros de las selvas,
más en armonía con su alma viuda
sinceramente.
evasiva
del buen papá y se lo agradecía, no
por egoísmo, porque ella era demasia-
Wanda solía observar la