PLACER, DOLOR Y FELICIDAD 87
do altruista y amaba a su padre con
delirio, sino porque veía en ello una
fina manifestación de respeto a la
promesa a la hora solemne a la esposa
adorada:— «Sí, viviré sólo para Wanda,
amada mía; tranquila... ella
será la sucesión toda luz de nuestro
florido camino. Los años de amor vi-
vidos a tu lado han saturado de pa-
sión para siempre mi alma que ya no
necesita sino tu recuerdo y el amor
de la hija de nuestro amor.» Así pro-
metió y así cumplía aquel gallardo
padre
vete
señor poderoso, que
bendito.
era su
Así es que ante la inclinación por la
bordadora, quedó la hija perpleja.
Tenía el caballero un pequeño til-
bury en las cocheras, que no se usaba
por sobra de vehículos. Un día dijo
a Wanda:
—-¿Te parece que se lo regalemos a
Irene, la bordadora? La pobre hace
largas caminatas por el polvo de la
carretera para ir a dejar sus labores
y ver a sus discípulas... Con los pies
tan pequeñitos da pena verla cansarse
así,
—¡Papá, qué sorpresa!
Wanda—. Hasta hoy no te había
oído hablar sino de los pies feos de
la señora Oxley... ¡Cuán atentamente
habrás mirado a Irene para llegar a
saber hasta el tamaño de sus pies!
Hija, salta a la vista. Si son una
almendra.
Y Wanda se hartó de reir oyendo al
ingenuo caballero confesarse asi con
ella.
-No me hables de la Oxley. Cuan-
do bailo con ella quedo molido: tiene
Unos fundamentos...
exclamó :
—Más que en sus pretensiones para
contigo, ¿verdad?
Quita allá... ¿cómo se te figura
que voy a casarme yo con esa mujer?
Padecería insomnio de espanto...
En cambio, con Irene, ¡qué sue-
ños plácidos! ¿eh? ¡Ay, papá, papá; te
veo mal! ¡Las hay con suerte, porque
mira que tú eres un partido que vale
por lo menos diez enteros!
No exageres; estoy ya madurito,
madurito, pero no hablemos tonte-
rías... Esa joven me inspira piedad.
-Estás, pues, a un paso del amor,
papá. Se ama o por orgullo o por
piedad.
—No sigas diciendo cositas tontas,
nena; esa joven...
Y el buen señor se atribulaba tanto
en sus excusas y en sus mal hilva-
nadas razones, que Wanda seguía
riendo. Pero de pronto se fijó én el
retrato de la dama bellísima, su madre,
que la miraba como queriendo decirle
algo.
—Papá, mira allí-—dijo a su padre,
retrato.
Mister Clary miró y se acercó a mi-
rarla más de cerca.
Sí, la miro, Wanda, como a una
Santa irreemplazable, la muy amada
de inextinguible amor; pero ella com-
prende más que tú, ¡ingratilla!l —dijo,
¿Crees
señalándole el
conmoviéndose, el caballero
que ella no amaría a Irene si la tra-
tase?
Sí, creo que amaría como yo, a
todo el virtuoso y desgraciado; pero,
padre mío, el matrimonio en años
mayores con una mujer tan joven...
-¿Es que crees que no puede amar-
me?
Muchas te aman,