DE AMARGURA EN AMARGURA
Leslie adolecía de esa fatalidad in-
herente a todos los grandes artistas,
casi esencial poder de su obra, parte
de su vida misma... inevitable: la
volubilidad en los amores.
Ahora estaba del todo absorbido
por la secretaria, que con hábil táctica
no había querido tratar a Wanda sino
superficialmente, y manteniéndose
siempre a humilde y respetuosa dis-
tancia pudo intimar así más con Les-
lie, que seguía inconsciente de sus
crueldades.
Adoró los ojos de su secretaria, y
con eso no creía faltar.
Pero el alma, ese flúido que se da
como supremo bien del amor, se ale-
jaba de la esposa incomparable, que
no sabía su nuevo afán, y que si lo
Sabía, perdonaría otra vez en si-
lencio, que es la más noble manera
de perdonar.
Olvido iba siendo entretanto un
pequeño prodigio. Obtuvo el premio
de declamación en el Colegio del Sa-
grado Corazón, de Nueva York, e in-
terpretaba con habilidad y gran sen-
timiento artístico, al piano, música
selecta.
Su padre sentía idolatría por aquella
nena tan gentil, y en una de sus no-
velas, de la que se hicieron dos ti-
radas de cinco y diez mil volúmenes,
figuraba ella, lo cual la hacía reir lo-
camente cuando su madre leía los
párrafos en que se embarcaba para
ir a buscar unas cartas por las que
se disputaban sus papás, y su mamá
lloraba desesperadamente,
Lo que más gracia hacía a Olvidito
era que juntamente con ella se había
embarcado una perra llamada Lupa,
precioso ejemplar de instinto asombro-
so que sabía descubrir hasta lo es-
condido bajo tierra. Es claro que Lupa
supo hallar las terribles cartas. ¡Había
que verla rascar y rasgar la alfombra
del lugar donde se encontraban!
—¡ Wanda! —exclamó un día con
desesperado acento Leslie—. Me as.
fixia este ambiente, no hallo inspi.
ración, quiero salir de aquí...
pa.
pa a
A