LA HIJA DEL TERRORISTA 99
inmediatamente. Aguardaré la contesta-
ción, ,
Moina leyó lo que sigue :'
«Señorita La Croix :
»Passáuf me dice que su padre de usted
delira. Un hombre de su temperamento
delira en general de lo que ha sido objeto
principal de sus pensamientos. En este ca-
so, es preciso que ningún extraño oia las
palabras que pronuncie, Tiene usted un en-
lermero ; es preciso despedirle. Puedo en-
viar á usted un hombre entendido y de to-
da confianza. Pero sería todavía más pru-
dente que no le cuidasen más que aque-
llos 4 quienes su delirio nada puede reve-
lar. Tenga usted en cuenta esta adverten-
cia esencial para la seguridad de su padre.
»ORASHÁW.»
—Digale usted al señor Crasháw que
le comprendo perfectamente. Yo sola cui-
daré á mi padre cuando esté despierto.
Tenga la seguridad de que nada haré que
pueda poner en peligro la vida, la salud ó
la Jibertad de mi padre.
Cuando Passáuf hubo salido, Moina en-
vió estas cuatro letras á Renato Savorin.
«Hágame usted el favor de venir en
Cuanto reciba la presente.»
—| Cuánto se ha hecho usted esperar!
—díjole 4 Savorín, tendiéndole la mano,
Cuando Margarita hizo entrar al joven en
el salón.
—Había salido cuando llegó su aviso.
¿Acaso es tarde ?—preguntó con ansiedad.
—Llega usted muy á propósito—con-
2. Moina,—para que ponga á prueba
gu amistad, ¿Sabe usted lo que me ha
escrito Crasháw ?
-—Me habló de los delirios del señor La
Croix y de las consecuencias que pudie-
ran originarse. Diría letra por letra lo que
le escribió.
Moina le repitió literalmente el mensa-
je de Crasháw y su lacónica respuesta.
— ¡Ah! — dijo Savorin sin titubear ; —
¡cuánto quisiera poder ayudarla !
—¿Quiere usted ayudarme? Precisa-
mente le llamé con tal fin; no se me ocu-
rrió otro medio para salir del paso. Apenas
puedo coordinar mis ideas. Mi padre está
ahora descansando, pero puede despertar
de un momento á otro, Por ahora sólo ha
pronunciado palabras ininteligibles, pero
puede cambiar. ¿Puede usted quedarse con
nosotros hasta que su delirio cese, hasta
que volvamos á estar seguros ?
Así lo convinieron ambos. La enferme-
dad de Miles La Croix no era grave. Dijo
el médico que no se trataba más que de
una postración nerviosa, hija de la sobreex-
citación. Ocho ó diez días de cuidados y
reposo serían el remedio más eficaz.
Pero los temores de Moina no eran in-
fundados. La fiebre se mantuvo alta va-
rios días y mientras duró, el anciano abrió
los secretos más recónditos de su corazón
á su hija y á Savorín. No calló ni sus en-
tusiasmos, ni sus esperanzas, ni sus te-
mores, ni sus dudas.
—Sabré guardar estos secretos — dijo
Savorin por lo bajo, mientras estaba velan-
do al enfermo al lado de Moina, Ambos
estaban pálidos y sobresaltados con lo que
acababan de escuchar.
Savorín, en cuanto se instaló en casa
de Miles La Oroix como enfermero ó guar-
dián, mandó á Crasháw las siguientes l1-
neas : 3
«Accediendo á los ruegos de la señorita
La Croix, velaró con ella á su padre en-
fermo. El enfermero sólo estará con él
mientras duerma. No tenga usted la me-