132 “LA HIJA DEL
escaparó. Mi abuela se queja siempre por-
que me ha de mantener, á pesar de que la,
he llevado tanto dinero cuanto tú puedas
haber ganado.
-¿S1? ¿De manera que tú también has
tenido tus negocios ?
Si me quieres contigo, ya te los con-
taró, cuando esté lejos de mi abuela.
Mírame bien: ¿no te burlas de mi?—
dijo Johnny con severidad.
No; no suelo mentir.
Te advierto que no se trata de un
trabajo ordinario. Hans, me eres simpático,
aunque pareces una criatura de tres años,
y siento que te hayas de pasar las horas
muertas sentado en esta puerta; pero...
Pareció que le asaltaba un nuevo pensa-
miento y se llevó las manos á la cabeza.—
No, Hans; no puede ser. Voy 4 decirte el
por qué, aunque quizá haría mejor en ca-
llarlo; pero me gustará que lo sepas. Eso
sí, me has de prometer que en tu vida dirás
una palabra de ello.
—-Te lo prometo —murmuró Hans ;—
te doy palabra de honor.
—Hans, ¿no has oido hablar nunca
de la Liga de los Hermanos ?
—¿ Quieres decir los Caballeros ?
—No; ésos son ya hombres con barba.
La Liga de los Hermanos se compone de
chicos como yo que se comprometen á
auxiliarse mutuamente y á luchar juntos
contra los opresores, vengándose de toda
injusticia cometida contra un solo miembro
de la Liga. Es una cosa por el estilo de
la sociedad de los Caballeros ; como ellos.
perseguimos á los reyes del oro, simpatiza-
mos con los huelguistas y les ayudamos.
Yo, Hans, soy de la Liga, y tengo la obli-
gación de favorecer 4 mis hermanos. Si
tú fueses uno de ellos, no hubiera inconve-
niente en que trabajases conmigo. Pere
está tu abuela de por medio y no puede ser.
Ya comprenderás, Hans, que me veo en la
TERRORISTA
necesidad de buscar á uno de los hermanos
ligados.
Hans estaba muy excitado.
—¿Me prometes guardar el secreto?—
murmuró precipitadamente.
—Si, los Hermanos ligados no faltan
nunca á su palabra. *
— Pues has de Caba-
llero,
Johnny retrocedió con un gesto dramá-
saber que soy
tico.
Si, soy Caballero, Mi tio, hijo mayor
de mi abuela, fué muerto en una de las
grandes huelgas. Desde entonces mi abuela
odia todo lo que huele ú aristocracia y me
A
ha enseñado también 4 aborrecerla. No
quiere que trabaje para los ricos, ni que
ellos me favorezcan. Somos anarquistas.
—¡ Hombre!
—¿Lo ves? Y si te dijese lo que he lle-
gado ¿ hacer me parece que me creerlas
digno de entrar en la Liga.
—¿ Que has hecho? Tan desmedrado
no puedes haber hecho gran cosa.
—Pues precisamente por esto pude ha-
cer lo que hice. Un hombre no lo hubiera
podido; tampoco tú.
—¿ Qué me cuentas?
—La verdad. No estás bastante flaco...
Te repito que soy Caballero; por consi-
guiente, llóvame contigo.
—Escucha, camarada—habló Johnny,
como cediendo á pesar suyo;—voy á de-
cirte lá pura verdad, pero, si me haces
traición, vendré con toda la Liga en peso
y ¡ay de ti!
—Te juro que, .,
—Ni más ni menos; bastará una palabra
mía. Ahora te repetiré lo que me dijo mi
principal: Johnny, me gustas. Lo que ten-
drás que hacer es encontrarme otro chico
como tú; si-me lo traes, le pagaré como úá
ti, y trabajaréis y dormiréis juntos.
—Ojalá. .,
'
4
Dr ri
iria ruteo
A OS