LA HIJA: DEL
joven como pudiera haberlo hecho el Mi-
les La Croix de antes. El corazón de Moi-
na se inundó de alegría. Desgraciadamen-
te, al cabo de pocos minutos La Croix vol-
vió á aparecer tal como era desde su úl-
tima enfermedad y Magdalena no pudo
menos de notar su cambio, Lo que antes
fué gravedad era ahora preocupación ner-
viosa. Estuvo diez minutos más con Moi-
na y Magdalena, transcurridos los cuales
volvióse 4 su taller.
Magdalena se disponía ya á marcharse
y estaba do pie en la puerta del salón des-
pidióndose de su amiga, cuando oyó abrir-
A
so otra puerta y llegó á sus oidos el tim-
bre de una voz masculina quae la dejó es-
Por su rte, Moi
cuenta de su
tupefacta. no se dió
sob1 lto del cual se re-
puso al momento,
—Las visitas de papá también se van
—dijo Moina.—¿ Quieres dejarlas pasar ó
prefieres ?...
—Mo voy—interrumpió Magdalena con
un impulso repentino. Y echó á andar,
llegando á la puerta de la calle al propia
tiempo que el grupo de personas que se
estaban despidiendo.
Saludó sonriendo 4 Miles La Oroix, mi-
ró de reojo á Sacha, después con ojos más
inquisidores 4 Lugos, el de la tez more-
na, que estaba de pie al lado de la Prin-
cesa y finalmente, con mirada más pe-
netrante aún, al hombre alto, de barba
y cabellos rojos, que estaba despidiéndose
de Sacha é inclinó la cabeza cuando pasó
la chica.
Magdalena salió con su criada y el ca-
rruaje la había alejado ya algo de aquella
casa cuando Sacha se asomó á la puerta.
—Acabo de hacer un descubrimiento—
murmuró Magdalena para sus adentros.—
Y ¡qué descubrimiento!
Momentos después, Lugos, sentado fren-
te á la Princesa en su coche, la decía:
TERRORISTA 149
—Resulta, pues, que el capitán Mako!s»
ki no es un impostor. j
—¿Acaso quería usted que lo fuese ?—
preguntó ella con acritud.
—Ni quería ni dejaba de querer—repli-
có el doctor.—Pero ahora me tranquilizo.
—¿Le convertirá usted en uno de los
nuestros ?
—No lo sé; quizá.
—¿No dice usted que no sale nunca de
—Asl parece; á lo sumo, da algún pa-
seito higiénico ya entrada la noche.
—Quisiera verle otra vez—insinuó Sar
cha.
Tendremos, pues, que buscar otra
oportunidad.
—Muchas gracias.
Como Lugos no apartaso la vista de
ella, la Princesa se bajó el velo 4 hizo un
esfuerzo para no dejar entrever su ironia,
Cuando Lugos y Crasháw volvieron á
estar ú solas, el primero refirió detallada-
mente al segundo la entrevista de la prin-
cesa Sacha con el capitán Makofski.
—Lo único que sé de cierto—coneluyó,
—es que, cuando el capitán nos habló de
una mujer á la que había de temer, nom-
bró 4 la princesa Sacha implicitamente.
Ahora bien, ¿sabe ó no que la señora que
le hemos presentado es la Princesa?
—Vaya usted 4 saber.
-—Si él es lo que pretende ser y está
bien informado acerca de esa señora, en-
toncos tengo yo razón y usted no la tiene,
y la Princesa es una traidora. Le confieso
que estoy altamente intrigado. No com-
prendo nada de lo que pasa. Pero, ¿dón-
A A A AM A A