LA HIJA DEL
No
tamente á pie; ¿me permite que la acom-
contesta él, —puede usted ir perfec-
pañe ?—No—dice ella, —iré sola.—No he
querido escuchar más, porque me ha pare-
cido que la cortina se movía como si fue-
sen 4 salir; entonces he dado un golpe á
la puerta como si acabase de entrar y he
llamado á Justina. Acto seguido se ha aso-
mado la señora Princesa con aire sorpren-
dido y enfadado. La he dado el recado y
me ne venido,
¿To ha dicho que iba á salir?
-Si, fraulein,
Minna se retiró, pero al poco rato com-
pareció de nuevo?
-¿Qué quieres, Minna?
Fraulein, ¿me permite usted salir ?—
dijo con cierta turbación.
Magdalena la miró fijamente.—Ya pue-
des salir; por ahora no te necesito,
Diez minutos después, una dama que
ocultaba su rostro bajo espeso velo, salía
del Hotel Oriental por una puerta excu-
sada y se alejaba con paso ligero,
Apenas había andado una manzana otra
figura femenina pasó por su lado y vol-
viendo la cabeza, exclamó :
—¡ Válgame Dios! La señora Princesa
tan sola por aquí. .
La princesa Sacha, pasado el primer so-
bresalto, se detuvo y contestó con calma :
Me has asustado, Minna. Aquí me
tienes; tuve precisión de salir y Justina
con su jaqueca no pudo acompañarme. No
hago más que llevar unas cartas al correo
y á la vuelta tomaré el coche, Ya te dije
que esta tarde salía.
— Si la señora Princesa me permite,
tendré el honor de acompañarla, porque
yo también voy á hacer lo mismo.
La Princesa, que había emprendido de
nuevo la marcha, volvió á pararse y, des-
pués de un breve silencio, se echó á reir.
—Minna, si yo misma llevo las cartas
es porque tenía ganas de estirar las pier-
TERRORISTA
nas, de no ser así, las hubiera echado en
el buzón del hotel, ¿Tienes por costumbre
ir al correo?
Sí, señora. Me han dicho que así las
carbas llegan antes 4 su destino; es mejor
echarlas en una administración de correos.
—Acompáñame, pues—dijo la Princesa,
volviendo á andar, —puesto que hemos do
ir las dos por el mismo camino.
Anduvieron un rato sin hablar, hasta
que la dama rompió el silencio pregun-
tando:
¿Estamos aún muy lejos, Minna ?
Hemos de andar aún algunas manza-
nas. ¿Son urgentes las cartas de la señora
Princesa ?
La Princesa, acortando el paso, respon.
dió, pesando sus palabras :
—$Í, pero voy cayendo en la cuenta de
que nos alejamos demasiado, ¿Quieres ha-
cerme el favor de encargarte de mis car-
bas, que asi podría regresar al hotel donde
debe estar ya el coche aguardándome ?
Con mucho gusto, señora—respondió
Minna, á quien entregó dos cartas la Prin-
cesa. Esta añadió :
Así puedo ya volverme al hotel, Gra-
cias, Minna, por el favor, Mira, aprovecha
este claro para cruzar el arroyo.
Vió alejarse á la alemana y luego des-
anduvo lo andado, al cabo de cinco minu-
tos, volviendo después á la misma esquina
donde se había separado de Minna.
Echó una rápida ojeada en torno suyo
y dió media vuelta 4 la derecha.
No había andado mucho cuando, al lle-
gar á una esquina, un hombre se puso á
su lado para atravesar el arroyo y la ofre-
ció el brazo entre el gentío que alli había,
Llegada la pareja á un punto menos
concurrido, la Princesa dejó el'brazo de
su compañero y ambos moderaron el paso.
—¿Qué hay de nuevo?—preguntó ella
por lo bajo.
—Hay mucho qué decir—dijo el hom»