LA HIJA DEL TERRORISTA
vado usted que el y mi hija no se entien-
den del todo mal. Voy entrando en edad y
me consuela pensar que Moma tendrá un
buen apoyo. Desde un principio vi que
esto no podía acabar de otro modo.
Dos óÓ tres meses después de haberse
unido Makofski 4 los revolucionarios, ce-
lebróse una junta en casa de La Croix. El
grupo, después de muchos días de imac-
ción, decidió tomar de nuevo la ofensiva.
Al levantarse la sesión á altas horas de la
noche, Makofski se puso el sombrero y el
abrigo, cogió su elegante bastón y salió con
Lugos; Crasháw y Renato les habían pre-
cedido, Los dos anduvieron entretenidos
en animada conversación ; Lugos guiaba á
su antojo y al otro parecia no importarle
nada el itinerario seguido. Llegados 4 una
calle de aspecto dudoso y mal alumbrada,
Lue s se detuvo.
Me parece que le llevo á usted muy
lejos —dijo,—y estos barrios no son muy
seguros ; sólo paso por ellos para acortar
camino. ¿ Hallará usted las calles por dón-
de hemos venido?
—$Sí, muy fácilmente—respondió Ma-
kofski, muy confiado, después de lo cual
se despidieron. Makofski principió 4 des-
andar lo andado sin precipitarse y jugando
eon el bastón. Una ó6 dos veces miró hacia
atrás, viendo 4 Lugos atravesando la calle
rápidamente y desapareciendo en la obscu-
ridad.
Al poco rato oyó acercarse un carruaje,
un coche de alquiler, probablemente. A
medida que se aproximaba, las ruedas so
iban moviendo más despacio, como si el
vehículo llegase á su destino. Pero, no;
siguió adelantando lentamente hasta que
llegó junto á 6l, en el sitio preciso en que
50 confundían las sombras de dos altísimos
edificios, dejando un gran espacio poco me-
nos que en tinieblas. Entonces el ruido de
las ruedas indicó que se aceleraba la mar-
eha del cocho. Un bulto se agitó en la obs-
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curidad detrás del capitán. Oyóse un soni-
do sordo como el de un golpe y una enér-
gica interjección ; luego otro ruido más
fuerte, esta vez un porrazo sin lugar á du-
da, y acto seguido rumor de pasos precipi-
tados, un llamamiento bajo, pero imperio-
so, el choque secó de una portezuela que
se cierra y el estrépito de un caballo que
arranca al galopo,
He aquí lo que ocurrió, en mucho me-
nos tiempo del que se necesita para relatar»
lo. El capitán caminaba con aire distraido,
pensando Dios sabe en qué, pero en reali-
dad con la cabeza levantada, ojo avizor,
oido atento, empuñando con fuerza su bas-
tón; al llegar 4 la sombra proyectada por
las dos grandes moles, hizo resbalar el bas-
tón entre sus dedos ágiles de manera que lo
cogió cerca de la contera por la parte más
delgada. En esto, oyó un ligero ruido 4
su espalda; desvióse hacia un lado y sa
volvió, recibiendo al propio tiempo un gol-
pe fuerte y certero en la cabeza. Blandió
el bastón, y el agresor se abalanzó con mo-
vimiento inesperado, viéndose relucir la
hoja de un puñal. Pero el brazo del ca-
pitán pudo alzarse una vez, bajando con
furia y descargando un tremendo bastonazo
que tuvo por eco un agudo grito de dolor,
Trocábanse los papeles ; el agredido se con-
vertía en agresor y el que pretendia hacer
una victima ponía pies en polvorosa no
sin recibir en su huida una segunda caricia
del bastón del que corría tras él. La perse-
cución fué breve, terminando junto al co-
che que se había detenido al comenzar el
combate, Lin un santiamén el criminal se
encerró en su interior, chasqueó el látigo
el cochero y el vehiculo se alejó rápida-
mente.
El capitán miró en torno suyo y, no vien-
do á nadie, prosiguió su ruta sin turbarse.
Llegado á casa, encerróse con llave en
su cuarto, encendió una lámpara y exami-
nó su sobretodo que presentaba una larga