Full text: La hija del terrorista

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166 LA HIJA DEL 
incisión desde el hombro izquierdo hasta 
el pecho. Con ojo crítico contempló el pa- 
fio cortado y murmuró: 
—Agudo filo; no se trata de un arma 
ordinaria. Apenas me ha tocado, y sin em- 
bargo... 
Pasó los dedos á lo largo del corte y dejó 
la prenda herida en una silla, Levantó en- 
tonces su diestra y la vió bañada en sangre, 
—No lo había notado—se dijo.—Iré se- 
fñialado unos cuantos días. Hubiera prefe- 
rido ahorrarme esta molestia. 
Miró su mano con aire contrariado. No 
se trataba más que de un ligero rasguño, 
mas, á juzgar por su disgusto, hubiérsse 
dicho que estaba realmente herido. Lavóse 
la mano, aplicó una tira de tafetán encima 
del rasguño, atóse una venda y después de 
todas estas operaciones, quitóse el sombre- 
ro algo desformado por los golpes reci- 
bidos. 
A. primera vista parecía un hongo como 
todos ; nadie hubiera sospechado que aca- 
baba de salvarle la vida á su dueño, Exa- 
minado con mayor detención, descubriase 
en el interior como un tejido de lamas de 
acero, finiísimo pero sólido. No había gar 
nado nada, pero era evidente que había de- 
tenido el golpe. 
—No hay que dudar—decia el capitán, 
en su soliloquio,—que se quería acabar 
conmigo. No fué un encuentro fortuito, pe- 
ro imagino que mi agresor no ha salido muy 
bien librado. La combinación no podía 
ser más burda ; con todo, esto me adyier- 
te que he de dormir encerrado bajo siete 
llaves y que de día he de estar siempre en 
guardia. Le estoy muy agradecido 4 quien 
yo me sé. 
A la mañana siguiente el jefe superior 
de policía halló en la mesa de su despacho 
TERRORISTA 
una nota breve y firmada con un garabato 
incomprensible, Decía lo siguiente, cuyo 
efecto habla de ser la inmediata moviliza» 
ción de todo el cuerpo de detectives : 
«Busquese el médico ó cirujano que, 4 
partir de la una de la madrugada, ha si- 
do avisado para curar á un hombre de ba- 
ja estatura, pero ágil y robusto, que tiene 
roto ú dislocado un brazo, un hombro ó 
una muñeca, del lado derecho probable- 
mente, y que tenga quizá otras contusio- 
nes. Deténgase al herido, si es posible.» 
LX 
UNA FELIZ DERROTA 
Mientras el capitán estaba encerrado en 
su cuarto meditando sobre su aventura, 
una sombra se deslizó por el corredor y se 
detuvo un momento delante de su puerta 
al ver algunos rayos de luz que se filtraban 
por las rendijas. No oyendo ruido en el 
interior y sabiendo por experiencia que el 
capitán solía acostarse muy tarde, Moina 
siguió adelante, eomo persona que tiene 
un plan preconcebido, 
Detúvose de nuevo antes de entrar en el 
taller de su padre. No se oía el más ligero 
rumor; todo estaba dormido. Abrió la 
puerta con la llaye que había sacado del 
cuarto de su padre, entró y encendió una 
lamparita de bolsillo, Acercóse á la mesa 
y abrió los cajones valiéndose de la llaye 
que había ido á buscar al escondrijo donde 
solía guardarse. 
No tardó en encontrar los libros que 
buscaba, aunque desde el ingreso del capi- 
tán en el grupo, ya no hacía las veces de 
secretario y amanuense, cargo que se ha- 
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