Full text: La hija del terrorista

LA HIJA DEL 
salida por la puerta opuesta y en muy 
distinta disposición de ánimo. 
Dos carruajes aguardaban la llegada de 
la comitiva; al verlos el jefe de los poli- 
zontes preguntó á Makoteki : 
—¿Cómo hemos de repartirnos ? 
—Encárguense tres de ustedes de este 
hombre y suban en mi coche. Ya saben 
ustedes adónde hemos de ir. 
Los prisioneros fueron separados y ca- 
da uno de ellos subió en un coche con tres 
polizontes. 
Después de un largo trayecto, el segun- 
do carruaje se paró, bajando de él el pri- 
sionero y sus guardianes. El prisionero ob- 
servó que el primer coche acababa de arran- 
car de alli, pero no vió á nadie en la calle. 
Luego dirigió la mirada al edificio en el 
cual iban á entrar y al ver que no era una 
vulgar delegación de policia sino la esca- 
linata y el portal de una suntuosa man- 
sión, retrocedió un paso y forcejeo des- 
esperadamente para librarse de sus custo- 
dios. Mas sus esfuerzos fueron en vano y 
hubo de subir las gradas de mármol y 
penetrar en el espacioso vestíbulo. El capi- 
tán Makofski, el otro detenido y sus guar- 
dianes habían desaparecido. 
Entretanto, en el piso superior, dos po- 
lizontes se estaban paseando por el pasi- 
llo, guardando, al parecer, la puerta de 
una habitación en la cual dos hombres ha- 
blaban con animación. Uno de ellos efec- 
tuaba extrañas alteraciones en su traje y 
en su fisonomía, habiéndose quitado una 
barba y una peluca postizas y lavádose 
la cara para hacer desaparecer arrugas y 
lunares 
—Te equivocas, Ken—le decía al otro 
—Por ahora, vale más que te crea tan 
prisionero como él, 6 como si le hubieras 
dejado solo á última hora. De este modo 
me puedes ayudar mejor. 
—Como quieras—suspiró Ken.—Pero, 
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me sabe mal quedar ocioso. ¿No puedo ya 
serte útil? 
—S$í, hombre, sí ; más de lo que te figu: 
ras, pero ya acabó bu misión al lado de 
José Párker. Se me ocurre una cosa; ¿00- 
noces á Renato Savorín ? 
—3i, 
—Has de saber que he formado mejor 
concepto acerca de ese sujeto, y le creo un 
buen amigo de Makofski. Aquí tienes su 
dirección. Ve á verle y reanuda tu amis: 
tad con él. 
—¿Como sino hubiese pasado nada? 
—Naturalmente. Y trata de indagar 
cuanto puedas acerca de Crasháw, Lugos 
y compañía, 
Kénneth Hósmer, vestido todavía de 
obrero, se levantó 
—Haré lo que deseas, Rogelio—dijo 
Momentos después uno de los polizon- 
tes que estaba de guardia, llamó á otro de 
los de abajo: 
—Bates, haga usted el favor de subir al 
prisionero. 
Este, al pie de la escalera, intentó por 
segunda vez deshacerse de los que le guar- 
daban y escapar. Y sus esfuerzos redobla- 
ron cuando llegó 4 la puerta de la habi 
tación en la cual le querían hacer entrar. 
A pesar de su corpulencia y de su as: 
pecto atlético, no tuvo más remedio que 
rendirse ante el número y hallóse tem- 
blando como un azogado en el centro de la 
habitación, que era un dormitorio, según 
toda apariencia. 
—Bates, encienda usted las luces—or- 
denó Rogelio Dréxel. Y dingiéndose al pri- 
sionero, le dijo, mientras le quitaba el som 
brero y le bajaba el cuello de la ameri- 
cuna: — Levanta la cabeza, José Párker. 
Señor Lord, ¿qué me: dice usted de este 
sujeto? 
Elías Lord examinó detenidamente al 
prisionero. 
—Si—contestó,—éste es el hombre que
	        
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