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-—Su presencia en aquel lugar no era
casual. Seguramente estaba allí para dar
cuenta á no sé quién de cuanta ocurriese,
y por esto se ha venido tras de nosotros.
—Tiene usted razón—«dijo Magdalena.
-«—No pierda usted tiempo, doctor.
Con todo, Vaughán no tenía todavía un
plan determinado, excepto en lo que se
refería al niño.
Al darle la carta no había recelado na-
da; pero no podía ya atribuir á una sen-
LA HIJA DEL
cilla coincidencia que el muchacho estu-
viese en aquel preciso lugar, cerca de la
puertia y al propia tiempo á cubierto de
las miradas de los habitantes. de la casa.
Era un espía; mas, ¿por qué intereses ve-
laba? Lo que buscaba el doctor era una
sontestación á esta pregunta. De todos mo-
dos, era preciso tener una seguridad abso-
luta de que el chico era un espía, y para
cerciorarse de ello no había como vigilar
aquellas inmediaciones hasta versi volvía.
Pasó más de un cuarto de hora y enton-
ces por dirección opuesta llegó un coche ;
se detuvo y una persona entró en la casa.
Vaughán vió al punto que era una mujer.
Con. rapidez inaudita atravesó el arroyo
y dió un furicso campanillazo,
Margarita le abrió la puerta.
—Buenas tardes, Margarita—la dijo.—
Soy un amigo de la señorita Payne que
me ha enviado aquí.
Y recordando que llevaba en la cartera
una tarjeta de Magdalena, tomada frau-
dulentamente de la mesa del salón de
Oliva Girard, se apresuró á sacarla y á
entregársela á Margarita juntamente con
una tarjeta propia.
Su sonrisa, el nombre de Magdalena y
las dos tarjetas produjeron al punto el
efecto apetecido. Margarita le hiza entrar
y en el vestíbulo vió Vaughán á una mu-
jer que parecia esperar con impaciencia,
y no era obra que la que había entrado
momentos antes.
TERRORISTA
De pronto, ésta se adelantó un poco
y exclamó :
—¡ Gracias á Dios! ¿Es usted el doctor
Vaughán? Soy Minna, la antigua cama-
rera de la señorita Magdalena.
—¡ Minna! ¡ Vaya una suerte! La seño-
rita Magdalena está muy inquieta por-
que no sabe nada de la señorita Moina.
—¡Cómo! ¿No' está aquí?
No—gritó Margarita, dando rienda
suelta á los celos que sentía de Minna.—
¡No está aquí! ¿Así es como cuidas de mi
señorita?
Minna la miró sin ningún resentimiento.
—Margarita—dijo,—no pierdas la sere-
nidad. ¿Dónde está el capitán? Tengo
precisión. de verle.
El doctor intervino, diciendo :
—Mucha me temo, Minna, que ha ocu-
rrido algo grave. Estoy enterada por la,
señorita Magdalena y por el capitán de tu
situación. No hace dos semanas saliste de
aquí acomvañando ¿4 la señorita Moina.
¿Te has separado de ella desde entonces ?
—Puesto que está usted al corriente do
todo—dice Minna, hablando rápidamen-
te, —ya sabe ustied que no debía perder
de vista á la señorita y así lo hice. Esta
noche tuve que; salir para algún recada;
me dieron una lista de cosas aus debía
comprar para alivio del señor La Croix,
que está realmente enfermo. El señor
Lugos fué quien me dió órdenes, no sin
consultar 4 la señorita, que me dijo hi-
ciege cuanto fuese necesario para curar á
su padre. Salí, y entre unas cosas y otras,
estuve cerca de dos horas fuera de casa.
Al volver no hallé 4 nadie en ella y sola-
mente: encontré esta nota,
Minna enseñó 4 Vaughán una hoja de
papel, que decía así:
«El señor La Croix y su hija han tenido
tal precisión de salir, que no les ha sido
posible esperar su regreso. Quédese us-