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LA HIJA DEL
sonas ú las cuales había aludido Dréxel,
bis de una vez como auxiliares suyos.
Polo anduvo viento en popa. Cuando
Vaughán se dió 4 conocer al capitán B.,
como amigo de Hurst y declaró obrar con
bu debida autorización :
Conozco á una de las personas que us-
tedes nocesitan—dijo el capitán B.,—y me
parece que cabalmente está en casa. Mo-
mentos después, el doctor y Norton el
Desmedrado se daban la mano.
De la entrevista resultó que Norton en
persona vió 4 Magdalena, simpatizó con
ella y se puso á sus órdenes en los alrede-
dores de la nueva casa de los La Croix.
Pero, antes de inaugurar sus nuevas
funciones, Vaughán le llevó á la otra casa
para ver de identificar al chiquillo que se
estacionaba en aquella calle.
-Es Dickrie Toole dijo Norton, al
verle, —y si hace centinela por aqui, será
por encargo de Hurst. Es uno de sus edu-
candos.
Antes de salir de aquel barrio, Vaughán
y Toole firmaron las paces.
Todas estas cosas ocurrieron el día en
que Magdalena abandonó el Hotel Oriental
después de aquella noche interminable en
las habitaciones de la princesa Sacha.
Al otro día, después de una noche de des-
canso, Magdalena, con su humilde disfraz,
estaba dispuesta 4 todo. Salió muy tem-
prano para hacer una compra cualquiera
y se aseguró de la presencia de Norton.
Ahora, para entender mejor lo que va á
seguir, trasladémonos á unas seis manza-
nas al oeste del lugar en que Norton estaba
de plantón. Entremos en un salón cuyas
ventanas dan 4 dos calles y no tardaremos
en ver entrar también, poco más Ó menos
mientras Magdalena y Minna toman su
desayuno, 4 un hombre pequeño y aseado
que echa una rápida mirada en torno suyo,
y va ú sentarse junto á una mesa freate á
TERRORISTA 215
la puerta. No hace el menor gesto cuando
ve llegar á otra persona que, después de dar
dos ó tres vueltas por la habitación, se
sienta cerca de él.
—Passáuf, ¿qué significa tu mensaje?
—pregunta el reción llegado con rraliu-
mor.—Vaya unas horas de molestar ú la
gente.
—He visto á Disset por segunda vez y
le volveré á ver antes de dos horas. Yo no
sé por qué razón desea oirle 4 usted antes
de la reunión magna. Quiere verle 4 us-
ted solo, entendiéndose que después le pre-
sentará usted Lugos.
—¿En dónde ?
—En casa de usted, dijo.
-¿En el hotel?
A usted le toca resolver; 4l dijo sen-
cillamente en casa de usted.
Entonces, que vaya á la otra casa.
Perfectamente. Estará allá á las ocho.
Me encargó que se avisase á Lugos para las
diez, no antes.
—Y tú, ¿qué pito tocas en todo esto ?
—Yo no hago más que acompañar á Dis-
set á casa de usted. Una cosa se me ocu-
rre: conviene tener cuanto antes el libro
del viejo. ¿Lo tiene usted?
—Calla ; el diablo anda en este negocio.
¿No estás enterado de la... equivocación ?
Ese libro no vino con lo demás.
—Entonces se quedaria en la otra casa.
Es preciso ir á buscarlo.”
—Supongo que no se te antoja ense-
árselo á Disset.
—No; nadie debe verlo. ¿Sabe Lugos
este olvido?
—NMNo, por ahora.
—Hemos de poner este libro á buen re-
caudo, antes de que él la haga. Se puede
hacer á la chita callando; yo me encargo
de ello. Aun no hay peligro.
La última habitación de los La Croix
consistía solamente en un tercer piso;
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