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tenía un asunto entre manos no probaba que el Araña asomase la, cabeza, y con-
ninguna clase de bebida, testó 4 media voz :
La vieja se encogió de hombros, bebió —¿Qué hay?
un sorbo y se acercó á Magdalena. —¿ Duerme la chica?
—Señorita—la dijo, —si quiere usted al- —Sí,
go, no ha de hacer más que llamar. Voy Y oyó la risa del viejo, que prosiguió :
á acostarme en este cuarta mismo, pero —Hará usted bien en entrar antes de
ho dormiré ; se lo aviso á usted para que que, se despierte.
no se la ocurra hacer alguna de las su- —Si—dijo ella una vez más.
yas, Siéntase en la cama y se quita los za-
LA HIJA DEL TERRORISTA
Es
A
AS
za t:
—No seré menos que usted—replicó
Magdalena, —tampoco yo quiera dormir.
Y cogiendo su chal se va á la obra alcoba
con paso resuelto y se tendió en la cama.
—¡Ah!—dijo la vieja.—Creí que iba
usted 4 velar toda la noche.
—Una cosa es acostarse y obra velar—
observa Magdalena,
Pasaban lentamente los minutos, y la
vieja se movía inquieta. Después pareció
calmarse y escuchó con la mayor aten-
ción. Hizo una mueca y se levantó sin
ruido; cogió la lámpara y se acercó a la
cama de Magdalena; ésta dormía tran-
quilamente, respirando con regularidad.
La vieja la contempló y acercó la lám-
para á su rostro. Los párpados cerrados,
no temblaban y la respiración seguía
siendo la misma.
—¡ Bravo! — se dijo la vieja, volvién-
dose 4 su jergón.—AsÍ eg como sabe ye-
lar, ¡Tanto mejor!
Y antes de acostarse hizo una libación
copiosa,
Nada turbó entonces el silencio, hasta
que se fué elevando gradualmente un so-
nido que no era obro que el de los ron-
quidcs de Katrien, en quien hizo efecto
la bebida.
De pronto incorporóse Magdalena y
prestó atención. Los ronquidos no cega-
ban ; oyóse ruido en la otra habitación y
la voz del judio que decía en voz baja:
—¡ Katrien |
Magdalena volvió á echarse temiendo
patos, Entonces salta al suelo y se desli-
za hasta la otra alcoba; arrodillándosé al
lada de Moina, la acaricia con suavidad
y logra despertarla.
—Moina—la dijo al oído,—¿ te ves con
ánimos para ayudarme? ;
Las dos amigas se cubrieron las cabezas
con la sábana para que no se oyera el
menor murmullo y Magdalena expuso á
Moina la situación, concluyendo así:
—Quisiera apoderarme de sus armas y
de la botella de ron para poner una dosis
de morfina que alargue el sueño de la
vieja si hace otra libación. Quizá logro
salir de esta casa y pedir auxilio. Pero
es preciso que te acuestes en mi cama,
bien envuelta en mi chal, para que crean
que soy ya quien está durmiendo, si se
leg ocurre mirar de nuevo,
Moina saltó de la cama, se agachó y
se levantó empuñando un barrote de hie-
rro de unos tres pies de largo y termina-
da en punta.
—Lo hallé aquí esta mañana—murmu-
ró,—y pensé que siempre es mejor que
esbar con las mancs vacías. Lo envuelyo
entre los pliegues de la falda y me la lleyo.
Un minuto después velase en la cama
de Magdalena una forma arropada en su
chal ; dos manos blancas y delicadas asían
con fuerza un barrote de hierro, Magda-
lena arregló la cama de La Croix de ma
nera que parecía que había en ella dog
personas y refugióse en un rincón de la
habitación,