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cias por el interés que se toma usted por
mi amiga. Me parece que ahora veo claro
en este asunto y las explicaciones que le
voy á dar las hallará usted satisfactorias.
Refirióle su viaje, su encuentro con Moi-
na La Croix á bordo del Caltope, los pro-
gresos de su amistad con la chica, acaban-
do su relación en estos términos :
—Su padre es artista 6 imagino que so-
brado extravagante. Creo que su vida tieno
páginas tristísimas y que la muerte de su
esposa, siendo Moina muy niña todavía,
fué para él un golpe fatal. He averiguado
después que Moina ha heredado de una tía
materna una fortuna considerable y sóli-
damente vinculada. Pero no le he hablado
aún del espía y de su confederado. A bor-
do del Caliope viajaba otro inglés, que nos
fué presentado por el capitán á la señora
Rálston, 4 Moina La Croix y á mí. Se lla-
maba Orasháw y no pude simpatizar nunca
con él. Observé que desde un principio se
desarrolló en él una gran inclinación por
Moina y que, cuando no hablaba con ella
ó no formaba parte del grupo en que ella
estaba, no dejaba un momento de vigilarla,
más Ó menos de cerca y con mayor ó me-
nor disimulo. También adiviné, aunque na-
die me lo dijo, que 4 Moina la molestaban
sus asiduidades. Crasháw trabó amistad con
el padre y por este lado pareció ser más
afortunado. Supongo que aquí les habrá
seguido visitando y es fácil tenga á sus ór-
denes una persona que sigue á Moina para
que no la ocurra nada desagradable en las
calles de Nueva York. Quizá fuera conve-
niente avisar á mi amiga. ¿Cuál es la opi-
nión de usted ?
—La suplico que no lo haga. Represen-
taría usted un papel de mótome en todo,
como Orasháw. Si se trata solamente de un
caso de celos, nada tenemos que ver con
ello. No diga usted nada á su amiga, cuan-
o menos por ahora. Con su permiso me
LA HIJA DEL TERRORISTA
voy, porque ya es tarde. ¿Puedo volver
mañana ?
—Siempre que usted guste. ¿A qué
hora ?
—A las once, si le parece bien. Me ol.
vidaba: ¿cómo está nuestro amigo Lord?
No le he vuelto 4 ver desde que comimos
juntos en casa de Girard, y como poste-
riormente ha sido nombrado...
—¿ Qué ?—preguntó Magdalena, con sú-
bito interés,
Acaso no debiera anticiparme á Lord ;
pero supongo que su nombramiento de pre-
sidente de la U. P. de R. no es un secre-
to.—Su sonrisa era franca, pero Magdale-
na se puso muy seria.
—¿Es, pues, verdad que semejante so-
ciedad existe?
—$S1; no se llama «Unión Protectora del
Rico», pero no le iría mal este título. Exis-
te realmente una sociedad de este gónero,
aunque quizá, por ahora, sus socios no sean
muy numerosos. Algunos de nuestrog
grandes comerciantes, fabricantes y ban-
queros se han unido para proteger sus ne-
gocios y su propiedad. Por cierto, que hu-
bieran podido hacerlo años atrás y atajar
el mal en sus orígenes.
Cuando Magdalena se quedó sola, sentó-
se en una butaca y se puso á meditar, re-
velando su cara una gran agitación.
Sabía que Elías Lord se exaltaba y per-
día los estribos cuando discutía sobre so-
cialismo, huelgas, sociedades de resisten-
cia, etc. ; y algo había oído acerca de una
proyectada organización del capital en de-
fensa propia. Creía que los procedimientos
de esta unión de nuevo aspecto habían de
ser puramente defensivos y sólo en caso
extremo ofensivos ; había oído discutir mús
de una vez sus ventajas y sus inconye-
nientes. El capital social debía ser muy
fuerte para poder defender eficazmente 4
los miembros de la sociedad.