Full text: La hija del terrorista

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LA HIJA DEL TERRORISTA 
querido del anfitrión. No habiendo perso- 
nas de cumplido, la comida fué muy ani- 
mada. 
Servido el último entrante, Follingsbee 
dirigió la palabra al dueño de la casa : 
—¿Es verdad, amigo Lord, que se anun- 
cia una huelga en las fábricas de Orms- 
took ? - 
— Ya me vendrían á mi con huelgas, si 
fuese yo el dueño de esas fábricas. ¡De- 
monio; anunciar una huelga! Dispénsen- 
me las señoras, pero realmente indigna ver 
las agallas que va tomando esa gente. Gri- 
tan sin cesar que se aumente su salario 
para que puedan dar de comer y vestir á 
sus familias, y si no se les concede lo que 
piden, deliberadamente dejan el trabajo y, 
por consiguiente, no-ganan nada y se mue- 
ren de hambre ellos y los suyos, ó bien 
aceptan sin escrúpulo la limosna que les 
dan las asociaciones á que pertenecen y 
que no llega á la mitad de su paga. Me pa- 
rece que ha llegado la hora de poner un 
freno á tales desmanes. Ely me apuntó 
el otro día la conveniencia de crear una liga 
de patronos que se comprometieran ú no 
admitir á ningún obrero que formase parte 
de una sociedad cualquiera. Aplaudo su 
proyecto. 
Moina hizo un gesto de sorpresa y dis- 
gusto que no pasó inadvertido á sus ve- 
Cinos. 
—¡ Cómo, señor Lord !—dijo apresura- 
damente ;—¿no cree usted en las asocia- 
ciones obreras ? 
—Señorita, no creo en las asociaciones 
de huelguistas ; no hacen más que conver- 
tir 4 nuestros trabajadores en unos revolto- 
sos y holgazanes. En un principio, el fin 
de tales asociaciones era plausible, pero 
ahora han alterado notablemente su pro- 
grama. Unos pocos intrigantes, que han 
penetrado en el seno de una unión de hom- 
bres decentes, han hecho un trabajo de 
zapa funestísimo, Si nuestro país se arrui- 
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na, el pueblo obrero, con sus ligas y socie- 
dades, habrá sido el causante de su perdi- 
ción. 
Moina estaba colorada como una ama- 
pola y su mirada despedía fuego. 
—Dispense usted—dijo 4 Lord, tratan- 
do en vano de sonreir ;—he vivido mucho 
en el extranjero y he visto los padezi- 
mientos y la opresión de los pobres y la in- 
diferencia de sus amos. Si fuese hombre, 
sería... socialista. 
Un silencio sepulcral siguió ú estas par 
labras, hasta que Lord, cambiando la ex- 
presión de su fisonomía, se sonrió y dijo á 
su bella antagonista, no sin cierta galan- 
teria á la antigua: 
—La doy las más expresivas gracias 
por el buen concepto en que me tiene us- 
ted, desde el momento que trata de con- 
vertirme á sus ideales ; pero ya se hará us- 
ted cargo de que no me parece oportuno 
todavía incendiar mi casa y dejar á la se- 
ñora Rálston y á Magdalena en la calle 
mientras que yo me fuese por esos mun- 
dos predicando la nueva doctrina. 
Una carcajada general hizo coro á esta 
ocurrencia de Lord y la conversación tomó 
en seguida otro sesgo. Pero Moina, muy 
encarnada aún, notó que su compañero 
de la derecha la miraba fijamente ; volvién- 
dose hacia él, le dijo á manera de comen- 
tario humorístico, por más que interior- 
mente se sentía invadida por mil apren- 
siones : 
—Dréxel, parece que la enormidad de 
mis afirmaciones le han convertido á us- 
ted en estátua de sal. 
Dréxel miró rápidamente en torno suyo, 
y como nadie les observase, contestó en voz 
baja: 
—Al contrario, sus palabras me han 
complacido en extremo; no puedo publi- 
carlo en esta casa, pero sepa usted que... 
también yo soy socialista. 
Dejando á los hombres en el comedor,
	        
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