Full text: La hija del terrorista

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60 LA HIJA DEL 
pasaron al salón las señoras, y la señora 
Follingsbee, muellemente arrellanada en 
una butaca cerca de la señora Rálston, sus- 
piró como quien siente un alivio á sus 
males. 
—¿No vió usted cómo pellizcaba á mi 
marido en el brazo?—preguntóla.—Es un 
hombre que deja su criterio en el bufete; 
no só ya cómo decirle que no lo haga. Ha 
estado á punto de hacer una plancha feno- 
menal. 
—¿De veras ?—dijo la señora Rálston sin 
gran interés. : 
—¿No oyó usted ú Lord decir que no 
había salido hoy de casa? 
—Es cierto; no se ha movido de sus 
habitaciones hasta la hora de comer. Tiene 
un ligero ataque de reuma, 
—Pues no le hubiera alarmado poco á 
mi marido, á no ser que ya sepan ustedes 
lo de Peasley, 
—No; ¿de qué se trata? 
—Ya me parecía á mi que lo ignoraban 
ustedes—prosiguió la señora Follingsbee, 
hablando con volubilidad.—¿Recuerda us- 
ted cómo se quemó su fábrica el año pasa- 
do? 
—£81 ; Oliva me lo escribió, 
—Más tarde se incendió también su 
granja. ] 
—¡ Lo ignorábamos !—exclamó Magda- 
lena, terciando en la conversación. — 
¿Cuándo ocurrió tal desgracia? 
—Hará unos cuatro meses. Pues ahora, 
un tercer incendio acaba de destruir, ó po- 
co menos, su nueva casa, en la puerta de 
la cual ha hallado un papel que, contiene 
nuevas amenazas, clavado con ym puñal, 
— ¡Pobre Peasley | — suspiró la señora 
Rálston.—¿Por qué le persiguen con tanta, 
saña? 
—Hizo usted muy bien en no permitir 
que su marido echase ese jarro de agua fria 
á media cena—observó Magdalena. 
—No cabe duda—añadió Oliva Girard, 
TERRORISTA 
—de que Lord no sabía una palabra de 
eso; pues, de saberlo, no hubiera dejado 
de comentarlo. 
Alguien se movió de pronto detrás de 
Magdalena ; volvióse la chica y vió 4 Moi- 
na junto á ella. Estaba pálida como la ce- 
ra y temblaba. 
—¿ Cómo se llama ese señor tan desgra- 
ciado ?—preguntó. 
—Peasley, Antón Peasley—contestó la 
señora Follingsbee.—Es uno de los mu- 
chos Peasleys. 
—Gracias—dijo Moina con voz débil; 
—no tengo el gusto de conocerle.—Y vol- 
vió á su tarea, interrumpida un momento, 
que consistía en hojear un álbum de foto- 
grafías. Magdalena, inquieta, siguió obser- 
vándola de reojo y no vió que el color su- 
biese de nuevo á sus mejillas, 
Los caballeros no se entretuvieron mu- 
cho en el comedor y poco después de 
entrar ellos en el salón, Moina se despidió, 
diciendo que el coche la estaba ya espe- 
rando. Magdalena salió con ella hasta la 
escalera y después de prometerla que la 
iría 4 buscar al día siguiente para dar un 
paseo, volvió 4 entrar en el salón 
Algo más tarde, los Follingsbee, los Gi- 
rard y el doctor Vaughán se despidieron 
también y Elías Lord y la señora Ráls- 
ton les acompañaron hasta la puerta. 
En la mesa del vestíbulo vió Lord un 
paquete de escaso volumen y lo cogió son- 
riendo, mientras escuchaba alguna obser- 
vación fival de la señora Follingsbee. 
—-Señores, aquí tienen ustedes un cago 
raro—dijo el anciano, jugando con el en- 
voltorio Y añadió, bajando la voz: 
—Pasado mañana es el cumpleaños de 
Magdalena y como hoy no podía salir de 
casa, encargué.., ¿4 que no adivinan uste- 
des lo que encargus? Ah, amigo Vaughán, 
es una ganga el ser viejo. Tengo entera li- 
bertad para regalar un anillo 4 mi linda no- 
via.
	        
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