enctocin eos
LA HIJA DEL
plicó 4 Magdalena que no la acompañase
hasta la puerta, la abrazó muy nerviosa
y la vió entrar otra vez en el tocador don-
de la señora Follingsbee se había queda-
do sola. Entonces bajó con rapidez la es-
calera y ya en el umbral de la puerta,
se detuvo buscando algo entre los encajes
y pliegues del vestido. De pronto, retroce-
dió sin decir una palabra al criado que la
había abierto la puerta y cogió de la mes:
un abanico, un pañuelo y un guante largo
ó algo parecido; más cerca de la escalera
recogió del suelo un velo blanco que con
sus prisas se le había caído y volvió á sa-
lir. El criado, asombrado de la ligereza
de sus movimientos, la vió tomar ó dejar
algo en la mesa y agacharse, quedándole
apenas tiempo de hacer una reverencia
cuando volvió á salir.
—¿Está papá en casa ?—preguntó Moi-
na á la doncella que la abrió la puerta.
—Ha salido con aquel caballero, seño-
rita.
—Toma mi abrigo, Margarita — dijo
Moina; y sin entretenerse más fué á ence-
rrarso en el cuarto de su padre.
—Vamos á ver—se dijo.—Tengo el de-
rocho y el deber de poner las cosas en claro.
Abrió un armario de espejo y de un
estante cargado de objetos de todas clases
Sacó una cajita de ébano, que abrió apre-
tando un resorte. Contenía varias llaves y
con una de ellas fué 4 abrir un cajón de
la mesa escritorio que estaba junto á la
vontana. Tomó un libro de entre muchos
de un mismo tamaño y sentándose en el
sillón de su padre, principió á hojearlo.
En casi todas las hojas aparecía su es-
critura, porque solía ser amanuense de su
padre, que no podía ya prescindir de ella.
Pero había escrito muchas cosas sin en-
tender su significación. Escribía siempre
lo que la dictaban, sin preguntar, de modo
que su brabajo era las más de las veces pu-
ramente maquinal. *
TERRORISTA 03
Al principio volvía las hojas rápidamen-
te; luego fué entreteniéndose más en ca-
da una de ellas, y acabó leyéndolas de cabo
á rabo.
Un grito se escapó de su boca, su res-
piración quedó como cortada y su rostro se
puso lívido. Tapóse la cara con las ma-
nos y un estremecimiento sacudió su
cuerpo.
¿Cuánto rato permaneció delante del
libro sin mirarlo, inmóvil como una esta-
tua? Jamás lo supo; sólo recordó después
de una manera muy confusa que había ce-
rrado el libro, lo había metido en el cajón,
había vuelto las llayes á su sitio, dejándola
tal como lo había hallado.
XXVII
EL DETECTIVE HURST
Magdalena entró en la biblioteca y sin
otro preámbulo, habló así 4 Dréxel :
—Celebro tener un momento de tran-
quilidad para hablarle. Ignoro lo que quie-
re usted comunicarme, pero lo que más ma
interesa en estos momentos es el atenta-
do contra nuestro pobre amigo. He de ha-
blar del suceso y de la víctima. Si á usted
le molesta...
—También yo quiero hablar de lo mis-
mo—interrumpió Dréxel.—Por desgracia,
los hechos han anticipado una parte de lo
que quería decir á usted hace algunos días.
—Acaso...
—Quiero decir—interrumpió él por se-
gunda vez, —que cuando solicité una en-
trevista con usted, mi objeto era poner-
la en conocimiento de lo que sabía refe-
rente á Lord y tenía asimismo la intención
de confiar ú usted ciertas cosas que me in-
teresaban personalmente, siempre y, cuan-