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64 LA HIJA DEL
do me hubiese usted prometido guardar el
secreto. Además, deseaba obtener su co-
operación. Pero ahora no podemos delibe-
rar con calma sobre tales materias y es
preciso lanzarse á la acción.
—Dréxel, esto es precisamente lo que le
quería decir, rogándole que me ayudase,
El último día que nos vimos pronunció us-
ted algunas palabras que no he podido ol-
vidar. Quizá si entonces nos hubiésemos
puesto de acuerdo... pero ya no hay re-
medio. ¿Sabe usted lo que dice Girard?
Que acudamos 4 un detective y le ponga-
mos al corriente de todo,
Dréxel asintió.
—Le ruego, pues, que me le busque us-
ted y me le traiga.
Dréxel la. miró silenciosamente; sacóse
una carta del bolsillo y la desdobló.
— Vine hoy preparado para ello — dijo.
—Voy á confiarla mi secreto: ¿promete
usted guardarlo ?
¡ —S1, si le basta mi palabra.
—Sí, me basta. ¿Ha oido usted hablar
de un tal Hurst?
—¿El detective Hurst? Ya lo creo. Pe-
ro difícilmente lograremos su cooperación.
—¿Por qué no?—dijo Dréxel sonriendo.
—¿Quieré usted leer esta nota?
«Muy señora mía: A ruegos de la per-
sona interesada, tengo el gusto de certificar
que el habilísimo detective conocido con el
nombre de Hurst y el señor Rogelio Dréxel
son una sola y misma persona.»
lísta nota llevaba la firma del jefe su-
perior de policia y el timbre de la ofi-
cina central,
—Tal novedad sólo me sorprende hasta
cierto punto—observó Magdalena ;—mu-
chas veces había visto en usted algo enig-
mático. Por fin he dado con la solución.
Leyó la nota por segunda vez y añadió:
—Será preciso que me acostumbre á tra-
tarle'con mayor respeto, señor Hurst,
TERRORISTA
Y después do una breve pausa, dijo:
—Ahora principio 4 comprender que,
como detective, conocía usted algo referen-
te á Lord y necesitaba que yo le diese más
amplia información.
—No; solamente me hacía falta coope-
ración. Sabía que Lord era el alma de una
nueva liga de capitalistas, formada para
oponerse al avance de los huelguistas y so-
cialistas. Conocía su odio á esa gente, odio
que no disimulaba y le hacía blanco de sus
iras. (Quería interponerme entre él y sus
enemigos. Para ello necesitaba un confe-
derado en su campo, Poco ha averigiió
que Lord había sido apuntado entre log
condenados.
Magdalena se levantó con movimiento
rápido y salió al pasillo. No oyendo en la
casa ruido alguno, volvió á cerrar la puer=
ta y se sentó de nuevo frente 4 Dréóxel.
—A mi vez voy á confiarle mi secreto,
—Lo consideraró como tal.
—Lord había recibido ya por lo menos
dos avisos.
—¿Cómo lo ha sabido usted ?
Magdalena le refirió en pocas palabras,
pero con la mayor precisión, cómo Lord la
enseñó los anónimos y la hizo un en-
cargo.
Dróxel so levantó y se paseó breve ram
to en silencio,
—Magdalena—dijo, sin sentarse,—ha»
ré cuanto esté en mi mano, pero... tenga
otros asuntos importantes que no puedo ni
me atrevo 4 abandonar. En este caso y em
algunos otros usted podría serme un pre-
cioso auxiliar, Antes de la catástrofe querld
pedirla que me ayudase; necesito una mus
jer que me secundo,
—¿No existen acaso mujeres acostum-
bradas á esta clase de trabajo? No soy
una detective.
—No, gracias á Dios. Una persona pro-
fesional me estorbaría. Nadie más que us»
ted puede hacer lo que la pida. Ya sabrá
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