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LA HIJA DEL TERRORISTA 67
—¿Quién llegó primero?
-—La señorita La Croix.
—Hovey, no interprete mal mis pala-
bras si le hago alguna pregunta relaciona-
da con esa señorita... y con los demás con-
vidados. He de saber exactamente lo que
pasó en las inmediaciones de la mesa. ¿Se
acercó á ella la señorita La Croix?
Hovey bajó la voz y contestó algo asus-
tado :
—Si, señor.
—Bueno, ¿qué hizo ó dijo?
. —Me preguntó con mucha amabilidad si
era la primera en llegar, y como la dije-
se que sí, atravesó el vestíbulo sonriendo
muy contenta, se acercó á la mesa y dejó
en ella su abanico y... algún otro objeto.
—¿ Qué otro objeto, Hovey ?
Dréxel hablaba con tono severo 6 im-
perioso, Hóvey había articulado muy des-
Pacio sus últimas palabras, como si pesa-
Se cada una de ellos.
—Hoyvey, usted es muy observador.
¿Qué dejó la señorita en la mesa además
del abanico?
—Llevaba un velo largo en la mano; en
uno de los extremos había alguna cosa en-
vuelta, un paquete, ó tal vez... una caja...
—¿En qué quedamos: una caja ó un
paquete?
Hovey bajó la vista como avergonzado.
—Me parece que era una caja. Pero
NO quisiera...
-—Oiga usted, buen hombre—interrura-
piólo Dréxol, no notándose ya en su voz
severidad alguna ;—no vaya usted á imagi-
nar absurdos. ¿No ve usted que solamente
trato de averiguar si quedó olvidada en la
mesa alguna cosa que de algún modo pu:
do mezclarse entre los papeles y resultar
un combustible? Pasan á4 veces cosas tan
raras.
Hovey pareció tranquilizarse.
—Mo quita usted un peso de encima—-
dijo.—Casi se hubiera dicho que sospecha-
ba algo malo de aquella señorita...
—¡ Qué cosas se le ocurren! Hará usted
bien en no repetirlas cuando salga de aquí.
¿No sabe usted que la señorita Lia Oroix
es, quizá, la mejor amiga de la señorita
Magdalena?
—Asi lo creia.
—Basta ya, Hovey. Como le quiero
bien, le aconsejo que no pierda usted el
tiempo pensando en los invitados del se-
ñor Lord. El caso no puede ser más des-
graciado y, si de alguien se sospecha, fá-
cilmente comprenderá usted que en pri-
mer lugar se sospechará del servicio,
—;¡ Dios mio! ¿Por ventura?...
—Hovey, le aseguro que, por mi parte,
nada sospecho de usted; muy al contra-
rio, le creo un servidor intachable. Unica-
mente le ruego que responda á cuanto le
pregunte sin querer interpretar mis pala-
bras. No ha de temer usted nada mientras
diga la verdad.
Habiendo desviado hábilmente de este
modo los pensamientos de Hovey acerca de
Moina y habiéndole estimulado á no ocul-
tar nada en defensa propia, Dréxel repitió
la misma pregunta :
—¿ Era una caja ó un paquete?
—Una caja ó algo parecido.
—(¿De qué tamaño?
—Quizá tuviera seis ó siete pulgadas de
largo por la mitad de ancho y como dos
dedos de fondo. Estaba casi envuelta por
el velo que colgaba por un lado hasta tocar
al suelo.
—¿Qué más, Hovey ?
—Dejó también un pañuelo.
—¿Estuvo mucho rato junto á la mesa?
—No, señor, muy poco, porque la ca-
marera de la señorita Magdalena bajó y
la dijo que la señorita la estaba esperando.
Dréxel meditó un momento ; tenía ganas
de dar por terminado el interrogatorio, pe-
a