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LA- HIJA DEL TERRORISTA 78
aquel calmante. ¿Está Vaughán en casa?
—Voy á verlo—contestó Magdalena,
El doctor Vaughán, que ignoraba el ob-
jeto de la entrevista, no se hizo decir dos
veces que Lord le llamaba,
—Vaughán—le dijo Lord, hablando con
dificultad, —déme usted algunas gotas da
aquella medicina; aun me queda algo por
decir y es inútil que me riña—añadió al
ver la expresión de disgusto que se refle-
jaba en la cara del doctor.—Puede usted
quedarse y enterarse de todo. Mis amigos
lo pondrán á usted en antecedentes,
—Mo quedaró—respondió Vaughán con-
trariado,—pero acabe usted cuanto antes.
—Busque usted debajo de la almohada...
aquí.
Vaughán sacó un par do llaves.
—Ahora, Magdalena, hágame el favor
de abrir el arca. Las llaves están nume-
tadas ; abra usted primero con la más pe-
queña. ¿Ve usted una caja de madera lar-
ga y estrecha? Tráigamela.
Magdalena siguió las instrucciones de
Lord ; Dróxel y Vaughán callaban.
—Abra usted la caja, Dréxel.
Dróxel tomó la caja de manos de Mag-
dalena y apretó el resorte que sujetaba la
tapa.
—Saque usted lo que hay dentro—mur-
muró Lord.—Miren ustedes.
Dróxel sacó en primer lugar un papel
arrugado, que entregó á Magdalena, y des-
pués un puñal largo, estrecho, de agudísi-
mo filo,
—Este puñal dijo Lord, —fuó clavado
en la cabecera de mi cama ensartando esta
carta, Se puso aquí mientras dormia hará
cosa de siete meses. Ya ven ustedes que he
tenido los tres avisos de reglamento.
XXXII
EL PUÑAL FATÍDICO
Entonces leg contó con la mayor conci-
sión que pudo la aventura de aquella no-
che.
—No puedo extenderme más—dijo con-
cluyendo.—El hombre era alto y de robus-
ta musculatura, esbelto, me atreveró á de-
cir, á pesar de lo que le desfiguraba su gro-
sero traje. Su voz de bajo era sonora y fir-
me, ni dura ni desagradable. No creo que
fuese, en realidad, tan rudo como aparen-
taba. En su modo de hablar se hizo trai-
ción alguna vez. Se ve que, desde enton-
ces, se me ha espiado sin cesar,
—-Esto es importantisimo—dijo Dréxel,
como único comentario.—Pero me parece
que ya ha hablado usted bastante. Hasta
otro día, amigo Lord.
Levantóse y salió de la habitación.
Magdalena se acercó al enfermo y le
dijo:
—¿ Puedo salir ?—
Lord la dijo que sí con la mirada, y la
joven, despidiéndose del doctor Vaughén,
salió en busca de Dréxel,
Subieron ambos á la biblioteca sin decir
una palabra, y hasta que estuvieron aña
con la puerta cerrada no rompieron el si-
lencio.
—¿Qué significa todo esto ?—preguntó
Magdalena al detective.
—Sienifica que Lord ha sido' acusado,
juzgado y condenado.
—¿Condenado? ¿Por qué y por quién?
—¿Por quién? Por la sociedad secreta