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más poderosa que existe sobre la haz de
la tierra. ¿Por qué? Porque después de
haber sido avisado, ha seguido adelante
con la suya haciendo caso omiso de la :1d-
vertencia. Su nombre está apuntado en la
lista negra de una asociación temible que
tiene agentes y emisarios en todas partes.
En un principio, cuando leí las dos cartas,
abrigué la esperanza de que no estaría de
por medio ese gran enemigo. Crei que Lord
había disgustado con su conducta á alguna
sociedad de este pais, ó que quizá algunos
de sus trabajadores despedidos de sus fá-
bricas ó sencillamente descontentos querían
intimidarle. Llegué á creer que el explosivo
había hecho más daño del que se pretendía
causar. Pero ahora ya sé quiénes son nues-
tros enemgios y tengo el deber de decirla
que son peligrosos y fuertes. ¡Ojalá no la
hubiese enredado en este asunto!
-—¿ Qué oigo? ¿Enredarme en este asun-
to? ¿Acaso no le debo el haber salido de la
incertidumbre en que me hallaba? Ahora
puedo contar con Hurst y sé lo que esto
vale.
-—Más le yaliera no contar con él. Mag-
dalena, la ruego que deje correr en absolu-
to este asunto; ya mé encargaré de él, yo
solo.
-—¿Por qué ? ¿Se ha convencido usted do
mi inutilidad? ¿Soy para usted una ré-
mora ?
—No, no diga usted tales disparates.
En lo que pienso es en la vida de usted.
A la menor sospecha de que trabajamos
unidos para desbaratar sus planes, una nu-
Be de espías nos rodeará. Si se llega á des-
cubrir que Dréxel y Hurst son una sola
persona, usted correrá un grave peligro
por ser amiga del primero. La tratarán á
usted sin vompasión ; no quieren en su ca-
mino ningún obstáculo. Por supuesto que
Lord no ha de saber nada de esto por
ahora. Ni es necesario que sepa que usted
ya no me secunda. Déjelo usted todo en
LA HIJA DEL TERRORISTA
mis manos y póngase á salvo. La confieso
que estoy alarmado. Quisiera verla á us-
ted lejos de estas cuatro paredes.
—Dréxel, ¿dónde quiere usted que vaya?
En el tono con que pronunció estas pa-
labras y en su mirada, noló Dréxel cierta
sarcasmo; pero no hizo caso de ello, ni
podía hacerlo en el estado de ánimo en
que se hallaba.
—No lo sé
te momento nombrar un lugar donde se
hallase usted segura. Si... si el peligro que
temo. ..
—¿Usted siente temor? ¡Qué vergúen-
za!
contestó.—No sabria en es.
Dréxel se acercó á Magdalena y cogió
sus manos con fuerza.
—Magdalena, temo por usted. Si hu-
biese imaginado que los enemigos de Lord
son lo que son, no hubiera permitido ja-
más que usted se aliase conmigo y á toda
costa la hubiera ocultado la verdad del caso.
—¿De veras? ¿Lis usted omnipotente?
No creo yo que el mismo Hurst lo sea.
—Hurst está acostumbrado á todos los
riesgos—dijo Dréxel secamente.—Pero me
parece que harto hemos hablado.
—Lo mismo creo. Siéntese usted, Dré-
xel, y permita que le diga cuatro pala-
bras. Me parece que no nos comprende-
moO$.
Ahora — prosiguió, — adivino por qué
Lord me confesó un secreto tan importan-
te. Al principio me pareció algo raro, pero
ahora entiendo que el puñal y la visita
nocturna le habían causado más impresión
que los anónimos que me enseñó. Estos
quizá aumentáron su inquietud, pero ellos
solos tal vez no le hubieran impulsado 4
confiarme algo.
—Quizá tenga usted razón.
—£8i los dos anónimos hubiesen sido la
vausa única de su desazón, ésta no hubiera
durado mucho ; todo lo más los hubiera en-
señado á la policía,
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