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LA HIJA DEL TERRORISTA 85
Delante de la puerta había, como de cos-
tumbro, una hilera de coches de alquiler ;
Dréxel hizo señal al cochero de uno de
ellos sin salir á la calle y casi de un salto
y dando la espalda al lado en que había
la intersección de las dos calles, se metió
en el coche que, al punto, echó á andar,
El inmenso edificio en el cual tenía al-
quilado un par de cuartos estaba, como el
café, en una esquina y tenia también dos
entradas sumamente concurridas.
Dréxel se detuvo delante de la puerta
de una habitación del segundo piso, dió una
ojeada á su alrededor y entró precipitada-
mente.
Adelantóse 4 su encuentro un hombre
de tan baja estatura, que, á primera vis-
ta, parecia un niño,
Un pintor que hubiese querido trasladar
al lienzo la amabilidad inofensiva y la bon-
dadosa é insípida medianía personificadas,
hubiera escogido entré cien modelos 4 Asa
Norton, llamado familiarmente Norton el
Desmedrado.
—No tengo gran cosa que contar—dijo,
mientras Dróxel encendía un cigarro.—
Allá me tiene usted viviendo bajo el mis-
mo techo que su Princesa extranjera y aun
en el mismo piso.
—¿ Ha recibido alguna visita ?
—Si, una; la de un joven de agradable
aspecto, al parecer extranjero. Fué á ver
á la Princesa hoy, á primera hora de la
tarde y estuvo exactamente con ella una
hora y diez minutos. Es delgado, more-
no, de ojos expresivos y anda con un gar-
bo que no puede menos de ser advertido
por quien pasa á su lado. Por su modo
de entrar jurara que no era su primer:
visita. Le seguí al salir y no tuve que ir
muy lejos. Habita en el hotel Lancáster.
No me costó mucho saber su nombre: se
llama Renato Savorin.
Cuando volvi 4 mi hotel prosiguió
Norton el Desmedrado,—tuve otra aventu-
ra, aunque tal vez, al fin y al cabo, no
tenga importancia. Al pasar junto á la
sala de conversación de señoras vi á un
hombro más feo que yo y no mucho más
alto, que estaba hablando con un camare-
ro. Quería ver á la princesa Sacha Orloff;
tenía un encargo que habia de: transmitir
á la Princesa misma. Le oi perfectamente,
porque discutía en alta voz con el cama-
rero que le cerraba el paso. Tanto porfió
que no hubo más remedio que conducirle
hasta la puerta de las habitaciones de la
Princesa.
¿Qué más?
—Entonces corri y me adelantó 4 ellos
por otra escalera, parándome atrevido á
pocos pasos de la puerta de la Princesa,
pero volviendo la espalda, Cuando les of
muy cerca, me volví y principió ¿ hablar,
interrumpiéndome en seguida, como si
echase de ver mi equivocación ;
—¿Cómo; es usted? Le habia tomado
por un caballero 4 quien estoy esperan-
rando.
Mediante algunas propinas dadas opor-
tunamente me he captado las simpatias del
servicio, de modo que el camarero no se
extrañó de mi rareza. El otro no entró en
la habitación de la Princesa, sino que dió
una carta á su doncella y esperó en la
puerta. Cambié de posición, avancé un pa-
so 6 dos, apreté un botón... clic, ya le
tenía de cuerpo entero.
Norton se sacó del bolsillo un rollo muy,
pequeño de papel, sin dejar por eso de
hablar.
—Así he estrenado mi máquina-bo-
tón ; el retrato me ha salido bien á pesar
de ser tan menudo.
Habiendo desenvuelto el papel, alisaba
un cuadradito de papel sensible poco más
largo de una pulgada.
—Le tomé de lado, por fuerza—añadió,
mientras Dróxel cogía el retrato ;—pero es
él... ¿Qué me dice usted ?