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LA HIJA DEL TERRORISTA 93
—¿ Fra un joven guapo, esbelto, de ojos
negros?
—Si—contestó Magdalena admirada.
—-¿Se llamaba Savorín, Renato Savorin ?
—Al.
—Pues bien, ¿no es cosa extraña que,
no conocióndose esas tres personas, se
uniesen tan intimamente, hasta tal punto
que pocos dias después de desembarcar
asistiesen juntas á una reunión de anar-
quist:
fuese
Crasháw, quien habló de él como de un
s; que La Croix, el orador del día,
presentado á la concurrencia por
antiguo amigo; y que el apuesto mancebo,
quiero decir Savorín, se hallase entre el
público acompañando á la chica La
Oroix? ¿Me entiendo usted ahora? ¿Cree
usted todavía que el espía que seguía á
Moina no era más que el instrumento de
un hombre celoso?
—Meo cae la venda de los ojos—dijo por
fin Magdalena.—Comprendo que tiene us-
ted toda la razón, pero no puedo descon-
fiar de Moina. Quiero que se pruebe su
culpabilidad ó que quede á salvo su fama.
La quiero mucho ; no obstante, haré lo que
usted me pide. Si usted lo desea, hoy
mismo la veré y hablaró del modo que
usted juzgue más oportuno.
— Perfectamente; algo adelantaremos
con ello. Pero aún quiero pedirla otra
Cosa,
—Diga usted.
—Va usted 4 dejar la casa de Lord, ¿no
es verdad?
—5Í.
—¿Quiere usted buscar una buena com-
pañía y vivir por ahora en el Hotel Orien-
tal? Me conviene tener allí 4 un detective
que me ponga al corriente de las idas y ve-
nidas de una rusa de peregrina hermosura,
la princesa Sacha Orloff, entrando en re-
laciones con ella.
—¿ Quién es esa Princesa ?
—Es una Princesa auténtica, pero creo
que además es una espía,
—¿ Del gobierno ruso?
—No lo só. Quizá, por el contrario, sea
nihilista. En esto caso será agente del di-
rectorio de Europa ; tal vez ocupe aquí un
cargo de confianza. Tanto el espía como
Savorin la han ido á ver,
—Poco me interesa esa rusa—dijo Mag-
dalena ;—lo que yo quisiera es que se evi.
denciara que Moina La Croix es inocente,
—Tal es también mi deseo—dijo Dróxel.
Llegaban entonces á un lugar del Parque
llamado el Belvedere. Dróxel contempló la
torre que corona aquella altura é insimuó la
idea de apearse y escalar el mirador para
acabar allí la conversación.
Magdalena aceptó la proposición 6 hiza
una señal á su criado que se adelantó y co-
gió los dos caballos por la brida,
—Ahora—dijo Dróxel, cuando salieron
á la plataforma superior de la torre y se
hallaron en presencia del soberbio panora-
ma de la ciudad con sus altísimos edificios
y agujas, extendióndose á lo lejos el río y,
la campiña, —ahora voy á disponer de mi
persona. En primer lugar, haró una breve
visita á Lord, hoy mismo si puedo. Le di-
ró que me veo forzado á ausentarme, pera
que puede descansar en Hurst. Me despedi-
ró también de usted, delante de él si es po-
sible, y le encargaré recuerdos para los Gi-
rard y Vaughán. En lo sucesivo sólo verá
á usted raras veces y escogiendo pruden-
temente el tiempo y el lugar.
—¿No quiere usted que vaya ú ver á
Moina esta tarde? ;
—Mejor será que vuelva 4 escribirla di-
cióéndola que la señora Rálston sigue en-
ferma y que va usted á cambiar de domici-
lio, no sólo por ella, sino también porque
Lord ha resuelto salir de Nueva York por
una temporada; que por esta razón no