Full text: La hija del terrorista

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LA HIJA DEL TERRORISTA 9 
—¿ Quiere usted dar á entender con eso 
que tendría el valor de adoptar un disfraz ? 
—¿Por qué no?—respondió la joven.— 
¿Acaso no soy yo también detective? lin 
caso necesario representaría cualquier pa- 
pel. No rehuyo ni el trabajo ni los peli- 
gros. Así haré algo de bueno en mi vida. 
Olvide usted que soy una chica de socie- 
dad, Antes de serlo fuí Magdalena Pay- 
ne, detective. 
XXXIX 
EL PÁJARO EN LA TRAMPA 
Durante los tres primeros días que si- 
guieron á la desgraciada cena de Elías 
Lord, Moina La Croix no tuvo tiempo 
de abandonarse á sus pensamientos. Al 
volver á casa aquella noche encontró 4 su 
padre indispuesto, y al día siguiente, á pe- 
sar de sus negativas, mandó por el mé- 
dico. 
—Doctor—le preguntó, cuando éste sa- 
lía del cuarto del enfermo,—le ruego me 
diga con toda franqueza si la enfermedad 
de papá tiene importancia. Ha estado en- 
fermo otras veces y he sido siempre yo 
quien le he cuidado. Quiero saber á qué 
atenerme. 
—No creo que su enfermedad sea gra- 
ve—respondió el médico.—Digame usted, 
¿se había hallado otra vez en igual estado? 
—Sí, señor. 
—¿ Sabe usted si había alguna causa pa- 
ra ello? 
—Es inútil hablarle de esto á mi pa- 
dre—dijo Moina, levantando los ojos con 
mirada franca, —ni creo que jamás lo con- 
fesase. Pero tengo el convencimiento de 
SU 
que cada uno de sus ataques ha sido mo- 
tivado por alguna impresión violenta, al- 
guna contrariedad ú otra cosa por el es- 
tilo. 
—Asi debe de ser. Esta es la verdadera 
explicación, que nos indica el camino que 
hernos de seguir. ¿Conoce usted la causa 
de la enfermedad actual? 
Moina permaneció callada. 
—Dispense, señorita, no pretendo en- 
trometerme ; únicamente la advertiré una 
cosa. Confío en que el restablecimiento 
de su padre será cosa de pocos dias, siem- 
pre y cuando no se reproduzca la caus: 
perturbadora. Ha de tener mucha tranqui- 
lidad ; mejor es que no hable y que nada 
le agite. Quiero decir que se ha de evitar 
toda discusión 6 movimiento en su cuar- 
to. Mi receta le calmará hasta que sus 
nervios en tensión vuelvan 4 su estado 
normal, contando siempre con el exacto 
cumplimiento de mis instrucciones. 
—No me separaró un ápice de ellas. 
Mejor será que no entre nadie en su cuar- 
to, ¿no es verdad, doctor? 
Habían sido dichas estas palabras con 
tal tono de súplica, que el doctor com- 
prendió su significación oculta. Necesitá- 
base $u autorización para prohibir toda 
visita. 
—A menos que se trate de una persona 
que pueda calmarle en vez de agitarle... 
—Pero, para trabar de negocios, de ne- 
gocios difíciles... 
No, de ningún modo. 
—Gracias, doctor. 
Su rostro recobró su natural animación. 
Luego añadió : 
—Me parece que he entendido todo lo 
demás. 
—Confío en usted como enfermera. Re- 
pito que, cumpliendo al pie de la letra 
mi programa, en pocos días volverá su 
padre á ser el de antes. Hasta mañana, 
señorita, 
a 
ALIADA IAS
	        
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