A
LA HIJA DEL
entregó á Luciano Davlin, quien lo
abrió en seguida enterándose de su
contenido. Su rostro expresó dife-
rentes sensaciones: aburrimiento,
satisfacción, sorpresa. Se mantuvo,
un momento en actitud pensativa, y
luego, como si tomara una resolu-
ción, dijo:
—Muy bien, Mike. Puedes mar-
charte y di á Bowers que se prepare
para partir esta noche. Voy en se-
guida para redactar la respuesta á
este telegrama. Entretanto, toma.
Entrególe una moneda y se di-
rigió 4 Magdalena, sobre cuyo ros-
tro pasaba una sombra de tristeza.
—El hombre propone... Bueno,
ya estoy ocupado para algún tiem-
po. Sólo se trata de marchar una
noche antes. Después de todo ¿qué
importa? Es preciso que te decidas
inmediatamente, Magdalena. Veo
que vacilas aún y los momentos
son preciosos. Tienes tiempo hasta
la noche; reflexiona en los tristes
días que te esperan aquí lejos de
mí y en que estoy solo én el mun-
do, pensando en ti y deseándote.
Ni siquiera puedo escribirte libre-
mente. Piénsalo bien, mujercita, y
al llegar la noche ven aquí á dar-
me la respuesta. Si es preciso que
nos separemos por algún tiempo,
me dirás cuándo podré venir á bus-
carte.
La joven lanzó un suspiro de sa-
tisfacción. Volvería, esto era lo me-
jor, pero observando la ansiedad
que demostraba por marcharse, só-
lo le dijo;
DETECTIVE
—Muy bien, Luciano, me encon-
trarás aquí.
Un beso, un fuerte apretón de
manos, y se separaron. El hombre
emprendió su camino, y, sonriendo
siempre con aire burlón, se dirigió
al pueblo. Al llegar á la encrucija-
da del camino con la carretera real,
se volvió. Sí, era ella que le miraba
alejarse. Le envió un beso con la
mano, y saludó con el sombrero
desapareciendo á su vista.
—¡Oh! — murmuraba á media
voz—es una linda muchacha, pero
parece inclinada á rebelarse. Me
parece que no querrá venir esta no-
che conmigo; pero, después de al-
gunas semanas de soledad, estará
dispuesta á capitular. Supongo que
el viejo turco de su padre no senti-
rá mucho su marcha. No acierto á
comprender cuál es el secreto de su
antipatía para miss Payne.
Continuó su camino pensativo.
De pronto se detuvo mirando fija-
mente á su alrededor.
—¡Así lo haré !l—exclamó.—Se-
ría raro que no pudiera obtener de
una vieja medio muerta los datos
sobre la historia de familia que me
hacen falta para mi objeto. Veré á
la vieja esta misma noche.
Miró la extensa pradera en di-
rección á la casa de Agar, y, satisfe-
cho de su hermosa idea, prosiguió
su camino. En su mano tenía aún
el despacho que había recibido.
—Es una rareza que Cora me
llame tan precipitadamente. Será
preciso que procure mantener a
2.
A tr