Full text: La hija del detective

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só con una mujer rica, diez años 
más vieja que él y viuda, según se 
decía. Percy negaba este matrimo- 
nio y continuó viviendo como un 
soltero, sin residencia fija; lo cier- 
to es que, si el casamiento tuvo ver- 
daderamente lugar, por alguna ra- 
zón que no sabemos, se ocultó du- 
rante mucho tiempo. Sea como fue- 
re, Percy tenía dinero abundante, 
cuya procedencia no era conocida. 
Jugaba de cuando en cuando, pero 
no era lo que se llama un verdade- 
ro jugador. Felipe decía que era un 
sibarita, muy aficionado á las mu- 
jeres. 
—¿No es cierto que jugaba con 
Luciano Davlin y perdía cantida- 
des importantes? 
—Cierto. 
—Muy bien; ¿es esto todo lo que 
sabes de Mr. Percy? 
-— Aun hay algo más. Próxima- 
mente un año antes de la catástrofe 
de la cacería, murió el tío que le ha- 
bía portegido y pagado sus estu- 
dios. Percy heredó sus bienes, pues 
el viejo, á pesar de todo, hizo tes- 
tamento á su favor. 
Olivia se detuvo un momento y 
luego añadió: 
—Creo que es esto todo lo que 
puedo decirte sobre ese hombre. 
No le he visto ni he sabido nada 
de él desde que el pobre Felipe 
está en la cárcel. 
Magdalena miraba profunda- 
mente abstraída el fuego de la chi- 
menea, inmóvil, con las manos so- 
LA HIJA DEL DETECTIVHA 
bre sus faldas, según costumbre eri 
ella cuando se entregaba á sus ca- 
vilaciones. De pronto, una viva ex- 
clamación salió de sus labios, y Ol1- 
via se volvió hacia ella dirigiéndo- 
le, 'sorprendida, una interrogadora 
mirada. Pero Mgadalena abría y 
cerraba las manos nerviosamente 
con los ojos entornados y una pro- 
funda arruga en la frente. 
—Olivia—dijo, por fin, después 
de un largo silencio,—has puesto 
en mis manos otro hilo de un valor 
inapreciable. No me preguntes na- 
da ahora; necesito poner mis ideas 
en orden. 
En el rostro de Olivia se pintaba 
la ansiedad; pero se había acostum- 
brado á esperar pacientemente y 
no dijo nada, siguiendo después un 
largo rato de silencio. 
Magdalena reanudó la interrum- 
pida conversación, ó mejor dicho, 
volvió á empezarla, sin referirse ya 
á la parte que más de cerca intere- 
saba al corazón de Olivia Girard. 
Hizo algunas preguntas sobre los 
últimos acontecimientos de la ve- 
cindad, habló de Clara y, finalmen- 
te, dijo: 
—Olivia, necesito salir contigo 
hoy, y quizás será mejor hacerlo en 
seguida. Ya sabes que debo regre- 
sar á Bellair en el primer tren de la 
mañana. 
— Sí; y siento mucho que estés 
con nosotras tan poco tiempo. 
¿Dónde piensas ir conmigo, Mag- 
dalena ? 
—A ver un detective; es decir, si 
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