Full text: La hija del detective

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LA HIJA DEL DETECTIVE 107 
tunidad para hablar á solas con 
Clara. Por fin, la suerte le favore- 
ció. Olivia vió á su jardinero que 
se dirigía á una casita de verano 
que era su retiro favorito en las ho- 
ras más pesadas de la estación ca- 
lurosa; y como tenía el pensamiento 
de introducir en aquel lugar algu- 
nas mejoras que lo hicieran más có- 
modo, se dirigió allí, no sin antes 
explicar á las jóvenes cuáles eran 
los proyectos que le sugería la ex- 
periencia para tener allí más som- 
bra y los árboles que pensaba hacer 
plantar. 
Esta fué la oportunidad, que se 
apresuró á aprovechar Magdalena. 
Tan pronto como Olivia estuvo lo 
suficientemente alejada para no 
poder oirla, se volvió hacia Clara 
diciéndole: 
—Clara, aun no te he dicho ni á 
ti ni á Olivia todo lo que había des- 
cubierto. Por razones que compren- 
derás más tarde, he pensado que 
era mejor lo supieras tú primero. 
Vamos á inventar alguna excusa 
para ausentarnos un rato del salón. 
Clara la miró gravemente y un 
tanto sobresaltada, pero recobrando 
en seguida su aire habitual, ex- 
clamó: 
—Estoy á tu disposición, que- 
rida. 
—Creo que lo mejor es que me 
marche á descansar á mi cuarto; 
luego cuando vuelva Olivia le di- 
ces que, encontrándome algo fati- 
gada, me he retirado á mi habita- 
ción; y después, fingiendo que tie- 
nes que escribir alguna carta, vie- 
nes á encontrarme. ¿No te parece? 
—Me parece muy bien—repuso 
Clara sonriendo.—No tardaré en 
estar á tu lado. La cosa es cada vez 
más misteriosa é interesante. 
—No hagas suposiciones antes 
de oirme; ahora me marcho. 
Magdalena salió del salón, su- 
biendo ligeramente las escaleras. 
Cuando Olivia reapareció, Clara 
arregló la cuestión tal como habían 
convenido y se apresuró á reunirse 
con Magdalena, pensando: 
— ¿Cuál será el motivo que hace 
que la pequeña Magdalena prefie- 
ra comunicarme á mí este asunto 
dejando en la ignorancia á Olivia, 
que es más juiciosa y tiene más ex- 
periencia que yo? 
Magdalena estaba paseando por 
su cuarto cuando entró su amiga. 
Alargándole una silla, cerró la puer- 
ta con llave para evitar toda intru- 
sión. 
—¿Qué es lo que estás pensan- 
do, Magdalena, para poner esa ca- 
ra tan seria?—exclamó Clara to- 
mando asiento. 
-—Estoy pensando, Clara—repli- 
có Magdalena dirigiéndole una mi- 
rada de conmiseración,—en la pri- 
mera vez que vi á tu hermana y en 
lo desgraciada que en aquel instan- 
te me hizo. ¡Cuán llena de esperan- 
zas me sentía aquella mañana! 
¡Cuán brillante me parecía el sol y 
cuán confiada me sentía soñando 
en mi futura felicidad! Tan confia-
	        
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