AS PP.
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Percy. No creí posible que pudiera
ser el mismo. Me parecía que el
otro Percy debía de ser un hombre
como... como Davlin.
—¿Has visto alguna vez 4 Dav-
lin, querida?
—No.
—¿Y te lo has imaginado, tal
vez, como una especie de jockey, y
á ese Percy como á un individuo
del mismo tipo?
—Es probable—dijo la joven
sonriendo ligeramente.
—Mira, Clara; Luciano Davlin
es un Apolo en cuanto á hermosura
varonil y un Mefistófeles por el co-
razón. Y Percy es un remedo de
Davlin.
—No lo creo—dijo Clara, enfa-
dada de nuevo.—Aun suponiendo
que Eduardo Percy sea el mismo
hombre que fué herido por un des-
conocido hace cinco años, no por
eso ha de ser un villano y un trai-
dor. Sería, ciertamente, muy triste
que esto fuera verdad. Ello podría
tal vez separarnos, pero yo no po-
dría aborrecerle .
—Clara, Eduardo Percy no es
solamente el hombre que envió á la
cárcel al esposo de tu hermana; es
Un villano y un perjuro; un traidor
y un bandido. Si la justicia hiciera
siempre lo debido, terminaría sus
días en un presidio.
Y viendo que Clara iba á hablar,
la detuvo diciendo:
—Déjame acabar. Voy á darte
pruebas de lo que digo.
Y le contó toda la historia des-
LA HIJA DEL DETECTIVE
de el día en que le enseñó el re-
trato, que tan desagradable impre-
sión le hizo, hasta el momento pre-
sente.
Clara Keith escuchó inmóvil y
silenciosa, sin que se estremeciera
un solo músculo de su rostro. Du-
rante unos cuantos minutos des-
pués de haber acabado Magdale-
na su telato, permaneció sentada
ante ella como una estatua. Por fin
se levantó, atravesó el cuarto y,
abriendo la puerta, se marchó di-
ciendo lacónicamente:
—Espera.
Magdalena apenas tuvo tiempo
de pensar adónde podía haber ido,
cuando Clara estaba ya de vuelta
tranquila y fría como un bloque de
hielo. Llevaba en la mano el retra-
to de Eduardo Percy y lo tendió á
Magdalena.
—Lo mejor es asegurarnos—di-
jo tranquilamente.—Me harás el
favor de enseñárselo 4 Olivia. No
le digas nada más. Se lo enseñas y
le preguntas si lo reconoce. Luego
vuelves 4 decírmelo.
—¿Qué le diré? — preguntó
Magdalena.
—No le expliques nada hasta
después de haberme devuelto el
retrato.
Y la empujó hacia la puerta.
Magdalena bajó las escaleras
tristemente impresionada y pensa-
tiva.
—Se porta bravamente—se de-
cía á sí misma, —-pero me admiro
de que dude aún,