Full text: La hija del detective

ds 
LA HIJA DEL DETECTIVE 
No estaré un instante satisfecha 
hasta que vea llegar el término de 
tus afanes y te encuentre rodeada 
de toda la felicidad que te mere- 
ces. Pero si nuevas personas ocu- 
pan un lugar preferente en tu co- 
razón, no te olvides de reservar 
siempre un pequeño espacio para 
tu fiel y agradecida 
»CLARA.» 
Los ojos de Magdalena estaban 
húmedos al recorrer esta carta. 
— ¡Oh valiente y noble Clara! 
—murmuró;—¡quién pudiera ha- 
cer tu felicidad! 
Sus ojos volvían á releer la car- 
ta: «y pronto serás esto y mucho 
más para el doctor Vaughan»— 
leía, 
— ¿Qué significa esto? ¿Es aca- 
- so posible que haya dejado adivi- 
nar mis sentimientos ? 
Volvió á leer la carta de cabo á 
tabo, palideciendo. 
lentamente 
—ella ha leído en mi corazón y am- 
bas estamos luchando por un mis- 
mo objeto. ¡Qué extraña rivalidad 
la nuestra! 
Y la joven se reía al decir esto. 
—La rivalidad en la renuncia. 
“¿Pero sabe ella que es amada? 
Al llegar aquí, su rostro se puso 
sombrío, á pesar suyo. 
—Si no lo sabe, no tardará en 
descubrirlo. 
Tomó la carta de Clarence Vau- 
ghan. 
—¡Oh!— murmuró 
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«Mi valiente hermanita: Usted 
dirá que he empezado á actuar de 
tirano, y realmente es asi. En lu- 
gar de hacer favores á mi nueva 
hermana, me veo obligado á pe- 
dirlos. En una palabra, necesito 11 
á Bellair. Pero no crea usted que 
voy á ejercer de crítico; tengo de- 
masiada confianza en usted para 
ello, y además, si intentara tal co- 
sa, miss Keith me declararía la 
guerra. Lo que sí deseo es colabo- 
rar en sus planes, y para ello voy 
á proponerle algo que se me ocu- 
rrió después de haberme entera- 
do de su maravillosa obra de de- 
tective. 
»Créame usted que no sé cómo 
expresar mi admiración por su tac- 
to y su habilidad, y que no tengo el 
menor escrúpulo en dejar este 
asunto tan importante en sus ma- 
nos. Conste que estoy orgulloso de 
tener tal hermana. ] 
» ¿Puedo ir á Bellair el próximo 
lunes? Descenderé del tren en la 
estación anterior y á pie ó en coche 
me dirigiré á la casa de su vieja 
aya, donde podremos vernos, á me- 
nos que sepa usted un lugar más 
á propósito. Espera ansioso su res- 
puesta su buen hermano, 
»C. E. VAUGHAN.» 
Magdalena tenía las mejillas en- 
cendidas y sus ojos brillaban. 
—¡Cuánta cónfianza tienen to- 
dos en mi!l—murmuró.—Pueden 
tenerla completa, pues para hacer
	        
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