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LA HIJA DEL DETECTIVE 147
de Clara á Clarence, de los Girards
4 Eduardo Percy. Luego pensó en
el éxito de su aparición fantástica
y no pudo menos de reirse.
Pero entre todos estos pensa-
mientos, la atormentaba una pre-
gunta flotando en su mente como
un sueño cuando cerraba los ojos:
— ¿Por qué Cora Arthur llevaba
un cinturón interior? ¿Por qué?
Para comprender estas pregun-
tas debe tenerse en cuenta que la
joven había hecho un raro descu-
brimiento, mientras Cora estaba
sentada al lado: de la cama de miss
Arthur, en sus ligeras ropas de no-
che,
XXV
ALGUNOS DÍAS DE ESPERA
El doctor Vaughan había escrito
que encontraría fácilmente la casa
de Agar y fué así, en efecto.
Se apeó en el obscuro y solitario
andén de la estación, y atravesando
la verja echó á andar rápidamente
por el sendero que, cruzando. el
bosque, se dirigía á la solitaria ca-
sa de la anciana. Fué andando has-
ta que vió brillar una luz en la obs-
Curidad, entre la masa obscura de
los campos circundantes. Ya á po-
Ca distancia de la casita, una for-
ma evidentemente femenina apare-
ció ante él como si fuera á su en-
cuentro.
La figura aquella fué aproxi-
mándose, y una voz, que no era
ciertamente la de Magdalena, dijo:
— ¿Se dirige el caballero á la ca-
sa de la vieja Agar?
—¿Es usted Agar?
—Yo soy; ¿y usted es?...
—+El doctor Vaughan.
—Pase usted, señor; la persona
que usted busca está aquí.
Y la vieja señaló con la mano la
ventana iluminada.
Clarence quiso seguirla; pero la
vieja se desvaneció en las tinieblas
y el doctor continuó solo su cami-
no hacia la casa.
Iba presuroso en busca de una
amiga cuyo retrato se le aparecía en
su imaginación. Clarence esperaba
encontrar un par de ojos azules,
hermosos y tristes; una frente am-
barina orlada por dorados rizos;
una figura, en fin, como la que es-
taba aún presente en su memoria
de su última entrevista. Calcúlese,
pues, cuál sería la sorpresa de Cla-
rence cuando, al abrirse la puerta,
se encontró con una mujer de for-
mas indefinibles y pelo muy ne-
gro, medio oculto por un ridículo
sombrero; un par de gafas azules
ocultaban los ojos, dando al rostro
una expresión singular.
Magdalena había querido pre-
sentarse en carácter á aquella en-
trevista. Deseaba mantener oculta
su propia personalidad, y para ello