Full text: La hija del detective

LA HIJA DEL DETECTIVE 
engaño, los acontecimientos toman 
una marcha muy rápida por allí—- 
dijo mirando en dirección á Oak- 
ley. — Así, pues, será mejor que 
nos dediquemos ambos á estudiar 
de nuevo el plan de campaña y us- 
ted podrá comunicar el resultado á 
Olivia. 
Si sus planes no sirven, me 
temo que los míos aun servirán me- 
nos, pero ya sabe uste zd con cuán- 
to gusto estoy dispuesto á ayu- 
darla. 
—Mis planes servirán—repuso 
sin fijar su atención en el final de 
la frase, —y los de usted también. 
Ya sabe usted que mi plan, antes 
de verlos á ustedes, era relativa- 
mente sencillo. Intentaba ganar la 
confianza de la señora Arthur, y, en 
caso de no conseguirlo, Agar me 
ayudaría, procurando introducirse 
en los planes de Cora. Mi objeto 
era bien claro: enterarme de los me- 
dicamentos prescritos á Juan Art- 
hur; desenmascarar al falso doc- 
tor que introducirán en la casa; ha- 
cer ver á Juan Arthur qué clase de 
esposa tiene; imponerle mis condi- 
ciones y luego desbaratar todos los 
planes de mis enemigos. Pero todo 
esto ha de sufrir un cambio. 
—¿Un cambio? ¿En qué forma? 
—No hay que dejarles salir de 
Oakley. Es preciso que todos se 
queden allí á toda costa. 
El doctor Vaughan parecía ad- 
mirado. 
«—No podemos permitir que ma- 
ten á ese viejo ni buscar un acto de 
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justicia sentimental—dijo ' grave- 
mente. 
-—No; no podemos permitirlo. 
¿Pero no comprende usted que si 
descubrimos ahora á toda esa gen- 
te tendremos que abandonar la par- 
te más interesante de nuestra em- 
presa, la liberación de Felipe Gi- 
rard ? 
—Cierto. , 
—Pues bien, por eso hay que va- 
riar mi plan. 
El la miraba con una admiración 
que era casi un homenaje. 
—¿Intenta usted, quizás, renun- 
ciar á su venganza por amor á Oli- 
via? 
La joven sonreía con expresión 
singular. 
—No del todo. Sólo la aplazo 
para hacerla más completa. Ahora, 
oiga lo que me propongo hacer, y 
le ruego me diga si encuentra me- 
dio de mejorar mi plan ó de ha- 
cerlo más fácil. 
Y en seguida empezó á desarro- 
lar un plan, que Clarence Vaug- 
han escuchó mudo de asombro, 
sin encontrar nada que enmendar ni 
que censurar. No veía otro camino 
para poder llegar al fin que se ha- 
bía propuesto. 
—Indudablemente el proyecto 
tiene sus peligros—terminó la jo- 
ven, —pero no podemos idear otro 
medio que no tenga los mismos pe- 
ligros ó mayores. Pero creo que 
sabré librarme de ellos. 
-Desearía que no tuviera usted 
necesidad de realizar una labor tan
	        
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