Full text: La hija del detective

150 LA HIJA DEL 
pesada; piense en lo más conve- 
niente para usted. 
—¡Oh!, en cuanto á mí—repuso 
con indiferencia, —tendré que ha- 
cer menos de espía y más de ac- 
triz... esto es todo. 
—¿Entonces, empezarán á obrar 
en seguida los detectives? 
— Inmediatamente. 
—¿Tiene usted algunas instruc- 
ciones, alguna pista que darles? 
—No. Ha de ser un trabajo pu- 
ramente de investigación. Nadie 
ha de saber el móvil que nos guía 
ni el fin que perseguimos. Para 
lello será mejor emplear hom- 
bres de diferentes agencias, de ma- 
nera que uno ignore los trabajos de 
otro. 
—¿No puedo hacer nada más? 
—Nada más, por ahora. Cuando 
los tengamos á todos reunidos, ten- 
dremos bastante que hacer. En- 
tonces tal vez podrá usted ayu- 
darme. 
—Bien—dijo el doctor asintien- 
do y mirando su reloj.—Es un 
asunto delicado y harto difícil para 
una joven como usted; pero no po- 
demos hacer más que ponernos á 
sus órdenes, pues usted vale mil ve- 
ces más que yo. ; 
—¡Qué tontería !—repuso casi 
enfadada. 
Y luego, de pronto, añadió: 
—¿Cuándo regresa Clara á Bal- 
timore ? 
El doctor se sobresaltó un poco. 
Al fin, dijo: 
—kKealmente, no lo sé, 
DETECTIVE 
—Pues como hermana, le man- 
do que se entere usted de todo lo 
referente á Clara. Es un encargo 
especial que le hago. Y le dirá us- 
ted de mi parte que deseo no se 
vaya. 
—Entonces haré todo lo que 
pueda para detenerla. Pero una 
orden suya hará más efecto que to- 
dos mis ruegos. 
—Pues bien, añada usted sus 
ruegos á mi mandato. Poco á poco 
no será posible distinguir uno de 
otros. ¿Qué hora es? 
El doctor sonrió ante el cambio 
rápido de tono y de asunto. 
—Las nueve y media—dijo. 
En aquel momento entraba la 
vieja Agar. 
Era ya hora de poner fin á la en- 
trevista. El doctor Vaughan debía 
estar dispuesto para marchar en el 
tren que tardaría poco en salir, y 
Celina Leroque no podía estar mu- 
cho más tiempo ausente. Cambia- 
ron, pues, algunas palabras más so- 
bre sus planes, el doctor Vaughan 
dirigió algunas frases corteses á la 
vieja Agar y se separaron. 
El día siguiente trabajaban ya 
dos hombres siguiendo minuciosa- 
mente los pasos de Davlin y Percy 
y enterándose poco á poco de to- 
dos los detalles de su vida pasada. 
Siguió una temporada de relati- 
va tranquilidad en Oakley. Era un 
ligero paréntesis de descanso, du- 
rante el cual las huestes enemigas 
se preparaban para el combate, ar- 
ma al brazo, esperando sólo el lla-
	        
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