Full text: La hija del detective

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con Enrique, el negro criado de 
Luciano Davlin. 
Un doble motivo había impulsa- 
do á Enrique á abrazar la causa 
de aquella joven abandonada. De 
una parte la rabia que sentía contra 
el tiránico Davlin por los malos 
tratos á que se veía sometido; de 
otra, un sentimiento de piedad 
por aquella joven que, como adivi- 
naban sus ojos experimentados, 
no era de la misma calidad de las 
mujeres que acostumbran servir de 
pasatiempo á su amo. 
Esperaba ayudarla á escapar de 
su cárcel, gozar con la rabia de su 
amo y dejar así terminado el asun- 
to. Pero la enfermedad de Mag- 
dalena hizo variar el curso de los 
acontecimientos y le afirmó más en 
su determinación de continuar sien- 
do su amigo, si podía serle útil; 
sobre todo, después que Olivia, re- 
compensándole generosamente, le 
expresó su deseo de que continuara 
al servicio de Magdalena, añadien- 
do que cuando dejara su actual 
amo, ella se encargaba de colocar- 
le en mejores manos. Mientras 
Magdalena estuvo enferma, Enri- 
que fué criado de ella y de Olivia 
más que de Davlin; y, haciéndole 
justicia, debe decirse que sentía 
verdadera afección por las dos se- 
Ññoras. 
No perdió tiempo en contestar á 
los requerimientos del doctor Vaug- 
han, después de preguntar por la 
señorita y la señora Girard. El 
159 LA BIJA DEL DETECTIVE 
doctor Vaughan le satisfizo sobre 
el particular, y luego dijo: 
—Miss Payne me ha autorizado 
para que viniera á verle y hacerle 
algunas preguntas que ella cree 
puede usted contestar. Ante todo 
—anterrogó el doctor en su tono fa- 
miliar de costumbre, — ¿cuánto 
tiempo hace que está usted con su 
actual amo? 
—Cerca de tres años, señor. 
—¿Y cuánto tiempo hace que co- 
noce usted á la mujer que él llama 
Cora? 
—La conozco desde la misma 
fecha, señor. 
—¿De manera que la ha visto 
usted siempre en compañía de Dav- 
lin? 
—No, señor; vino á su casa á 
los pocos días de estar yo en ella 
y empezó á darme órdenes como si 
fuera una condesa. No tardó mucho 
en darme á conocer quién era—di- 
jo amargamente. 
—Así, pues, ella y su amo eran ya 
amigos desde hacía mucho tiempo. 
—-Si, señor. 
—Supongo que les oiría hablar 
á menudo. 
—Acostumbraba oir parte de sus 
conversaciones. Parecían no pre- 
ocuparse de una máquina como yo, 
y frecuentemente hablaban de sus 
asuntos en mi presencia. 
—Muy bien; ¿podría usted re- 
cordar y repetir algunos de sus 
fragmentos de conversación? Pro- 
cure usted recordar si hablaban de 
viajes, juntos ó separados, y el nom-
	        
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