o o e A - e
14 LA HIJA.DEL DETECTIVE
rándola fijamente al rostro, dijo con
VOZ grave y enérgica:
—Tía; es hora de que me diga
algo más de mi madre. Mi padre
me ha prohibido hacerle preguntas
sobre ella, usted ha evadido siem-
pre la contestación; pero, si tengo
derecho á conocer la historia de mi
pobre madre, quiero oirla hoy de
sus labios.
La sorpresa impidió por el pron-
to á la mujer pronunciar una sola
palabra: una expresión de tierna
simpatía se pintó en su rostro.
—¡Cómo, niñal—repuso admi-
rada.—¿Quieres que Mr. Arthur
me aborrezca más aún y te separe
de mí enteramente? ¿No te acuer-
das de que un día en que te conté
algo me amenazó con prohibir que
me visitaras, observando, de paso,
que si le desobedecías te llevaría
lejos de aquí?
Las lágrimas asomaban á los
ojos de Agar, y levantó las manos
en actitud suplicante.
—No martirices á tu vieja aya.
Ahora no puedo decirte nada de
eso ni ello contribuiría 4 hacerte
feliz, niña. Espera un poco; tiem-
pos vendrán...
—Y así vendrá la vejez y la
muerte, tía. Tal vez cuando lo se-
pa será demasiado tarde para apro-
vecharme de ello. A cambio de la
historia de mi madre, voy á decirle
á usted algo para facilitarle su ex-
plicación: Pero ante todo qui-
siera hacerle algunas preguntas...
Aguarde usted un momento; ya sé
lo que quiere usted decir—añadió
viendo que la anciana intentaba ha-
blar.—Oigame usted primero,
Agar miró un instante á la joven
y dijo tranquilamente:
—Prosigue, querida.
—AÁnte todo—continuó Magda-
lena, — mi padre siente hacia mí
muy poca simpatía. ¿No es cierto?,
Agar hizo una señal de asenti-
miento.
—A usted le profesa poco afecto
porque siempre fué buena para mí.
Hubo otra pausa y nueva señal
de asentimiento de la anciana.
—Y porque usted quería á mi
madre.
Se detuvo otra vez, y la anciana
continuó dando muestras de asen-
timiento.
—Y porque—prosiguió la joven
--estaba usted demasiado bien en-
terada del pasado de mi madre y
de la causa del aborrecimiento de
mi padre,
Agar quedó inmóvil y silenciosa;
pero Magdalena, que leía la con-
testación en su rostro perturbado,
continuó:
—Muy bien; ya sabía esto y al-
guna cosa más. ¡Sé por qué míster
Juan Arthur me aborrece!
Agar abrió la boca, pero volvió 4
cerrarla sin decir nada.
—Me aborrece—-prosiguió Mag-
dalena—porque mi madre le dejó
su fortuna tan ligada que no puede
hacer uso de ella. Y 4 su muerte va
á pasar á mí.
Agar no salía de su sorpresa, y
Ira a,