Full text: La hija del detective

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estaba en manos de Celina. Pero 
lo soportaba todo con un estoicis- 
mo espartano, quejándose sólo 
cuando la tortura llegaba á ser in- 
sufrible. Y si, finalmente, se atre- 
vía á protestar, los resultados eran 
para ella desastrosos. 
Pidiendo mil perdones, Celina 
movía los dedos con cuidado ex- 
quisito, haciendo rizos y moños, no 
clavando una aguja sin preguntar 
solicitamente: 
—¿Hago daño á la señorita? 
Una vez convencida de que ha- 
bía puesto fin á su labor sin causar 
la más insignificante molestia á su 
señora, le abría la puerta dando 
muestras de la mayor satisfacción. 
Mas ¡oh desgracia! A la media 
hora de estar la pobre solterona en 
la compañía de su adorado farcé, 
su mala costumbre de toser y me- 
near la cabeza daba al traste con 
toda la obra arquitectónica de Ce- 
lina, El más pequeño movimiento 
hacía caer la mitad de aquella mon- 
taña de postizos de la cabeza de 
miss Arthur á los pies de Mr. Percy 
y... corramos un velo sobre la con- 
fusión de la infeliz vieja. 
La dama se retiraba á sus habi- 
taciones para reparar los desper- 
fectos y dar salida á su cólera, des- 
arrollándose allí una agitada esce- 
na, en la que la señora agotaba 
todo el vocabulario de sus dicte- 
rios y la doncella se deshacía en 
mil excusas, con firmes propósitos 
de arrepentimiento, 
LA HIJA DEL DETECTIVE 
Luego se concertaba una tregua 
que duraba algunos días. 
Además, Celina había llegado, á 
menudo, al límite de la irrespetuo- 
sidad hablando de Mr. Percy en 
algunas ocasiones. Varias veces ha- 
bía dicho que tenía para ella un 
aire familiar y que le parecía ha- 
berle visto en alguna parte. Pero 
siempre se detuvo al borde mismo 
de la impertinencia, no habiendo 
llegado nunca á decir claramenté 
si, en realidad, había visto antes á 
aquel caballero ó no. 
De todas maneras, llegó á poner 
á la solterona en guardia, excitán- 
dole su curiosidad. 
Durante aquel tiempo, la señora 
Arthur empezaba á representar po- 
co á poco su papel de enferma. Pri- 
meramente suprimió sus habituales 
paseos por los campos y por la te- 
rraza. Se cansaba mucho. Luego no 
tenía ganas de presentarse á la 
mesa y se hacía servir la comida en 
su cuarto. Pero, según decía ella, 
no estaba enferma, sino simplemen- 
te algo indispuesta. Si no se ocu- 
paran tanto de ella, estaría bien en 
pocos días. Y Celina, que se mos- 
traba muy cariñosa, fué la primera 
en decir que debía consultar al mé- 
dico y aseguraba riendo que si ma- 
dame estaba enferma, ella sería su 
enfermera. 
Hacía ya dos días que la señora 
Arthur no se dejaba ver en la me- 
sa, cuando miss Arthur, tuvo un 
nuevo disgusto con Celina.
	        
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