LA HIJA DEL DETECTIVE
La doncella había estado en ex-
tremo habladora, regalando á su
ama con descripciones del gran
mundo y de las espléndidas toi-
lettes que había visto, hallándose
al servicio de sus anteriores mila-
dys. De pronto, empezó á hablar
de un gran baile que había presen-
ciado en Baltimore acompañando 4
su señora, y exclamó:
—Ahora acude á mi memoria,
mademoiselle, dónde he visto á
monsieur Percy. Fué en Baltimo
re y me acuerdo que decía...
Al llegar aquí pareció presa de
una confusión repentina, haciendo
como que estaba muy ocupada con
los pliegues del vestido de la se-
ñora.
Miss Arthur la miró enfadada,
preguntando:
—¿Qué decía?
,
Celina fingió sobresaltarse.
—¡Oh! fué sólo una broma, ma-
demoiselle; mo vale la pena de re-
petirlo, se lo aseguro.
La curiosidad y los celos de la
solterona estaban excitados ya.
—No me venga usted con sub-
terfugios, Celina—dijo con - tono
breve. — Deseo saber lo que dijo
mi... Mr. Percy.
La joven levantóse y replicó con
aparente disgusto:
—Decía, mademoiselle (natural-
mente, esto fué sólo una chanza),
que iba á la caza de dinero y que
estaba prometido con una mujer de
mucha más edad que él, pero in-
Mmensamente rica.
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Miss Arthur dió un salto, miran-
do fijamente á su doncella.
—¿Cómo sabe usted que mon-
sieur Percy es el hombre que habló
en esa forma?
—¡Oh! yo no lo sé, »ilady, di-
go mademoiselle. Yo sólo digo que
me parece haber visto á Mr. Percy
en Baltimore; el Mr. Percy que di-
jo eso pudo haber sido otro.
Miss Arthur se asemejaba á una
antigua esfinge.
—¿Cree usted que aquel hom-
bre era Mr. Percy ?—preguntó.
—Merci, señora; ¿cómo puedo
afirmar tal cosa? Podía ser él y ha-
ber reñido con la vieja de que has
blaba. : í
Miss Arthur no podía hablar de
rabia. Sin decir nada se levantó y
encaminóse á la habitación conti-
gua, cerrando la puerta tras sí de
un golpe.
Celina se reía y se fué á ver á
Cora, manifestándole su presun-
ción de que miss Arthur estaba des-
contenta de ella y pensaba despe-
dirla.
—Sólo por una cosa, madame—
decía con tono compungido,—sólo
porque en un momento desgraciado
la comparé á una vieja. ¡Es tan di-
fícil recordar siempre que no se
puede decir á una vieja que no es
joven!
Y Cora se reía á carcajadas, pues
le divertían mucho, las manías de su
cuñada.
Pero miss Arthur no podía apat-
tar aquel asunto de su imaginación