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219 LA HIJA DEL DETECTIVE
deseo de abdicar, cuando menos
por algún tiempo, y marcharse con
Mr. Arthur á álgún balneario. Pero
el doctor dice que el cambio podría
serle perjudicial.
Magdalena volvió sus ojos hacia
Cora.
—Cora no puede irse por aho-
ra—dijo con decisión. —Su compa-
fía me es necesaria. ¿Dónde está
su doctor, Mr. Davlin?
—Arriba con el enfermo, miss
Payne. Suele acompañarnos duran-
te el almuerzo, pero nunca come
con nosotros,
La verdad era que Luciano, no
sintiéndose del todo seguro, había
advertido al doctor que se mantu-
viera discretamente alejado de
aquella joven ladina, pues podía
hacerle preguntas que los compro-
metieran.
Miss Payne se volvió de nuevo 4
Cora.
—«¿ Tiene usted entera confianza
en la habilidad de ese doctor,
mamá ?
—¡Oh!, st—dijo Cora convenci-
da;--hace mucho tiempo que le
conozco. Además, ha consultado
con uno de los médicos de Bellair,
el cual ha estado en todo conforme
con su tratamiento.
—Bien, tendré que ver mañana
á ese sabio doctor y también á mi
papá. Mamá, parece usted fatiga-
da por la comida. Dejemos á los
caballeros con sus cigarros y su
vino.
Y como si hubiera presidido la
mesa toda su vida, miss Payne se
levantó, saludó á los dos hombres
y, precediendo á las dos admiradas
damas, salió del comedor.
Cora, mientras seguía á la gra-
ciosa joven, apenas podía contener
su mortificación y su rabia. Sentía
unos deseos locos de saltar sobre la
joven, arrojarla al suelo y patearla.
Los dos hombres no permanecie-
ron mucho tiempo en el comedor.
Cada uno de ellos, por motivos par-
ticulares, estaba ansioso de encon-
trarse de nuevo en presencia de
miss Payne; así es que pronto se
reunieron con las damas en el sa-
lón.
Después de hacer derroche de
hipocresía por ambas partes, Cora
se levantó para retirarse á sus ha-
bitaciones, declarando que la exci-
tación producida en ella por la lle-
gada de miss Páyne le había he-
cho desatender el cuidado de su sa-
lud y volvía á sentirse débil.
Magdalena también se levantó, y
ofreciendo su brazo á Cora, dijo que
también deseaba retirarse. Diri-
giendo un gracioso saludo á los que
se quedaban, se marcharon, la con-
valeciente apoyada con languidez
en el brazo de Magdalena.
Con sorpresa y desagrado por
parte de Cora, ésta vió que Mag-
dalena, no sólo la acompañaba 4
su habitación, sino que entraba con
ella. Después de cerrar la puerta,
abandonando su aire satisfecho y
amable, dijo con el tono con que
una reina habla á su vasallo;
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